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CRÍTICA: 'RIGOLETTO' EN EL PALAU DE LES ARTS DE VALENCIA

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Autor: Alejandro Martínez
15 de noviembre de 2012
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UN "RIGOLETTO" ALGO JOROBADO

Rigoletto (Verdi) - Palau de Les Arts (Valencia) - 13/11/2012. Juan Jesús Rodríguez (Rigoletto), Ivan Magrì (Duque de Mantua), Helen Kearns (Gilda), Paata Burchuladze (Sparafucile), Adriana di Paola (Maddalena), Marina Pinchuk (Giovanna), Amartuvshin Enkhbat (Conde de Monterone), Sergio Vitale (Marullo), Mario Cerdá (Borsa), Miguel Ángel Zapater (Conde de Ceprano), María Kosenkova (Condesa de Ceprano), Daniel Stefanov (Ujier de la corte), Charlotte Martin (Paje). Omer Meir Wellber (Dirección musical), Gilbert Deflo/Beata Redo-Dobber (Dirección de escena), Ezio Frigerio (Escenografía), Franca Squarciapino (Vestuario), Stanislaw Zieba (Iluminación), Zofia Rudnicka (Coreografía). Orquesta de la Comunidad Valenciana. Coro de la Generalitat Valenciana (dir. Frances Perales). Ballet de la Generalitat

      La temporada del Palau de Les Arts de Valencia se abría este año con Rigoletto, con una propuesta sin grandes nombres, al margen del onubense Juan José Rodríguez en el rol titular, y de visos clásicos, convencionales, en el apartado escénico. Un cartel sin demasiados atractivos a priori, pero donde cabía esperar el acierto de Helga Schmidt a la hora de situar en primer plano a voces jóvenes o menos conocidas pero muy solventes. Y es que los recortes presupuestarios han laminado, y cómo, la disponibilidad financiera del Palau, hasta el punto de haber hecho caer uno de los títulos previstos para esta temporada, un rumoreado Ballo in maschera con Marcelo Álvarez.
      Los recortes, ciertamente se dejan notar hasta en lo más anecdótico, el programa de mano, antes lujosamente editado y ahora reducido a un folleto desplegable donde apenas se facilita una nota comentando el argumento, además de las biografías de los cantantes y demás datos sobre la función. No sólo quedaron lejos pues los lujosos inicios de temporada del Palau, como ese Fidelio de 2006, con Mehta, Meier, Seiffert y Salminen, sino que hasta en el papel impreso se deja ya ver el impacto de las constricciones económicas que vive el teatro.

      Musicalmente, el protagonismo de la noche recaía en la voz del barítono Juan Jesús Rodríguez. Es la suya una voz importante, plena, homogénea, bien proyectada, limpia y liberada. Sin duda, un instrumento de barítono verdiano. Como intérprete cabe admitir que ha ganado en expresividad respecto a su Miller del año pasado en Bilbao, aunque también es cierto que en el caso de Rigoletto, se trata de un rol que ya ha cantando en otras cuatro producciones. En sus momentos más inspirados de la función recuerda al Carlos Álvarez de los mejores años. No es, en todo caso, un gran actor, ni escénico ni vocal, y en general no logró el patetismo que requiere la interpretación del bufón verdiano, aunque la resolución puramente vocal de la partitura resultase mucho más que suficiente. El gran inconveniente es su tendencia a cantar buscando quizá más sonido que matices, en un mezzoforte casi continuo, sin apenas incisión en las dinámicas ni variedad en las medias voces. Probablemente no sea fácil domeñar semejante instrumento, pero un mayor empeño en intentarlo podría convertir al dueño de una gran voz en el protagonista de una gran carrera verdiana.
      El Duca del siciliano Ivan Magrì convenció más de lo esperado, dados sus antecedentes en territorios muy ligeros, con roles como Ernesto (Don Pasquale), Arturo (I Puritani) o Edgardo (Lucia di Lammermoor). Pero lo cierto es que resolvió con notable solvencia el muy exigente rol del Duca. Técnicamente es la suya una emisión bastante bien resuelta, salvo algún titubeo en el pasaje y algún sonido caprino. La voz tiene presencia, es homogénea y se proyecta sin problemas. Magrì posee un buen centro, un agudo bien timbrado y un sobreagudo suficiente (se fue sin mayor problema al re bemol tanto en la cabaletta "Possente amor" como en el dúo con Gilda). Un material, pues, de primo tenore, con muestras interesantes de belcanto, como en "E il sol dell'anima" o en el "Parmi veder le lagrime" donde ofreció estimables medias voces, sfumature y un fraseo muy bien respirado.
      A cambio, en el debe, un timbre un tanto impersonal, sin especial seducción, y unos modos, tanto canoros como escénicos, quizá demasiados extrovertidos, como dando muestra de una suficiencia innecesaria y buscando la respuesta fácil del público. Puede ser un tenor muy estimable si no descuida la técnica y escoge el repertorio con mesura. De momento, regresará al Palau de les Arts en enero, para ser Jacopo Foscari, junto a Plácido Domingo.

      En esta función, por indisposición de la responsable titular, Erin Morley, el rol de Gilda recayó en la joven soprano irlandesa Helen Kearns, que ya había participado en espectáculos anteriores del Palau de Les Arts, siendo por ejemplo la Susanna de Las bodas de Fígaro que el Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo llevo a cabo en diciembre de 2011. No cabe juzgar con severidad a quien se encuentra ante la papeleta de sustituir, de un día para otro, a la cantante prevista originalmente, y menos ante un rol tan expuesto como el de Gilda. Pero no es menos cierto que cuando las cosas no funcionan, hay que decirlo. En este sentido, fueron muchos los problemas de la Gilda de Kearns. Empezando por una inadecuación general de su material vocal para el rol.
      Se trata de una lírica plena de medios modestos, y en ningún caso estamos ante una lírica ligera con coloratura desahogada y maneras belcantistas, que es precisamente lo que demanda el papel de Gilda. Probablemente con roles de menor entidad y en repertorios más familiares pueda lucir mejor sus virtudes. Por el contrario, su Gilda estuvo marcada por una emisión constantemente rígida, que dio lugar a sonidos ásperos aquí, estridentes allí y a una emisión agria en general. La afinación y la coloratura fueron también un tanto aproximativas, con un sobreagudo tirante. Y el timbre, al menos en esta función, se antojó algo desabrido y destemplado.  La dicción y la articulación tampoco fueron su mejor baza. En conjunto pues, un debut algo frustrante, con la sensación de que el rol de Gilda le venía grande y no dejó a la soprano mostrar sus verdaderas virtudes.
      A Paata Burchuladze, responsable aquí del rol de Sparafucile, no le vamos a pedir ahora lo que nunca pudo ofrecer, esto es, una voz limpia y liberada que no recuerde a los quehaceres de un ventrílocuo. Suena mucho, sí, pero su canto tiene muy poco que ver con lo que Verdi había previsto en su partitura. Tampoco convenció la Maddalena de Adriana Di Paola, muy confusa en el cuarteto y obsesionada en levantar su falda una y otra vez para mostrar su pierna, como si esa hubiera sido la única e insistente indicación recibida de parte del director de escena.
      Sigue siendo magnífico el sonido que sale del foso del Palau de Les Arts. Nadie diría, a priori, que la plantilla de la Orquesta de la Comunidad Valenciana ha ido sufriendo diversas sustituciones desde sus principios más gloriosos. Un sonido impecable, sin duda. Igualmente magnífica la prestación del Coro de la Generalitat Valenciana, que siempre ha sido un garantía en estas funciones del Palau. Al frente de la orquesta, la batuta titular del teatro, el joven israelí Omer Meier Wellber. Sus lecturas acostumbran a ser impetuosas y muy contrastadas, pero incurre también con frecuencia en sonidos gruesos y tumultuosos, buscando meros decibelios, como sucedió en varias ocasiones con este Rigoletto. Además, recurrió a tiempos exagerados, muy lentos los líricos y trepidantes hasta la locura los más rápidos. No exageramos: los cantantes apenas podían seguir a la orquesta en el "Addio, addio" o en la conocida "Vendetta". Los concertantes tampoco son su mejor faena. Toda la escena de la tormenta resultó caótica y alborotada, con un cuarteto muy desorganizado. Wellber es muy teatral en sus gestos desde el foso pero cabe preguntarse si además de teatral será eficaz en su comunicación con los músicos. En todo caso, nos quedaremos con lo mejor de su labor, que no por casualidad vino de la mano de los pasajes más líricos, como esas cuerdas que introducen el "Parmi veder le lacrime..." del Duca.

      La producción Gilbert Deflo, repuesta aquí por Beata Redo-Dobber, no convenció de ningún modo. En primera instancia porque como tal la dirección escénica resultó testimonial, casi intuitiva. Pero sobre todo porque recurría a una escenografía, de Ezio Frigerio, absolutamente caduca, de un concepto muy pretérito si bien revestido de oropeles varios y en torno a arquitecturas de gran formato. Ciertamente kitsch como propuesta escénica, amén de poco operativa, pues movilizar esos enormes módulos escenográficos obligó a un tercer intermedio de media hora, tras el primer cuadro, y no previsto en la producción original, procedente de la Scala y rescatada aquí por la Ópera Nacional de Polonia. Se suma a todo ello una iluminación muy poco inspirada y básica, firmada por Stanislaw Zieba. No es tampoco éste el mejor trabajo de Franca Squarciapino, a menudo una magnífica figurinista.
      En suma, pues, un Rigoletto ciertamente algo "jorobado", si se nos permite la expresión, con un protagonista convincente en lo vocal más que en lo dramático y con un Duca solvente, pero rodeado todo ello de elementos discutibles cuando no mejorables.
      Al margen de los comentarios puramente musicales, hay que mencionar que Valencia, que siempre ha querido ser una de las primeras capitales de España, no se queda atrás en su empeño en materia de toses, móviles y otros ruidos. Sin duda, a la altura de las principales capitales del país. El servicio de catering ha cambiado y ahora se ofrece un buffet al módico precio de nueve euros por entreacto, lo que da lugar a veinticuatro euros (¡obsérvese que se aplica un descuento de hasta tres euros!) si uno desea tomar algo en los tres entreactos. En todo caso, lo más importante sucedía a la entrada de la función, con las reivindicaciones de los trabadores del teatro, que facilitaron un manifiesto a los asistentes. En los próximos días, CODALARIO informará de primera mano de sus reivindicaciones.

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