Tristan und Isolde (Wagner), Bayerische Staatsoper, Múnich, 07/03/13
En contadas ocasiones, en este peculiar hábitat que es la ópera, se da un fenómeno de absoluta encarnación, por parte de ciertos cantantes respecto de ciertos roles. Ese es el caso de Waltraud Meier y el papel de Isolda. Ella es Isolda. La identificación es total. Se pierde en su caso la distinción entre la referencia y el referente. Estamos ante una encarnación total: física, vocal, gestual e interpretativa. Cuando se transmuta en Isolda desaparece toda distancia entre la mujer y su desempeño dramático. Meier debutó como Isolda hace ya veinte años y no vamos a descubrir aquí su apabullante dominio del rol. Pero seguramente, hoy en día, cuando la voz empieza a presentarse mermada en el agudo, se impone todavía por una madurez interpretativa que no tenía en sus primeros años. Hay una comunicación constante e infinita en su interpretación del rol.
Es tal el grado de encarnación que en ocasiones dice más al espectador con su rostro, cuando ni siquiera está cantando, que cuando aborda su partitura. Y al mismo tiempo hay momentos de absoluta magia, como esa forma increíble de decir el "Er sah mir in die Augen", deteniendo el tiempo y enmudeciendo al teatro, o como ese Liebestod que recrea de un modo inolvidable, emocionando hasta las lágrimas. Seguramente estas funciones de Munich sean una de las últimas tandas de representaciones de Meier como Isolda, pues como decimos es ésta una partitura exigente y su voz declina ya, poco a poco, en el extremo agudo, donde aparecen, aquí y allá, sonidos hirientes, que todavía no empañan lo inolvidable de su encarnación, aunque podrían hacerlo en el futuro. Todavía hoy, pues, es Meier una Isolda histórica e inolvidable.
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