Por Raúl Chamorro Mena
Pésaro 12-VIII-2017. Teatro Rossini. Festival Rossini de Pésaro 2017. Torvaldo e Dorliska (Gioachino Rossini). Nicola Alaimo (Duca d’Ordow), Salome Jicia (Dorliska), Dmitry Korchak (Torvaldo), Carlo Lepore (Giorgio), Raffaella Lupinacci (Carlotta), Filippo Fontana (Ormondo). Dirección Musical: Francesco Lanzillotta. Dirección de Escena: Mario Martone.
Pésaro, bellísima ciudad a orillas del Adriático, ofrece en el mes de agosto una irresistible combinación de sol, playa, buena gastronomía y por si fuera poco… Rossini, pues desde 1980 dedica un prestigioso festival operístico a su ciudadano más preclaro. Después de una ausencia de 11 años retornaba en la edición número 38 la muy poco frecuente ópera Torvaldo e Dorliska (Roma, Teatro Valle, 1815) conforme a la edición crítica elaborada por la Fundación Rossini en colaboración con Casa Ricordi a cargo de Francesco Paolo Russo. Esta creación, perteneciente al género semiserio o sentimental (larmoyant), reúne la importancia de ser el antecedente de la colaboración entre Rossini y el libretista Cesare Sterbini, que apenas dos meses después daría a la lírica una obra maestra como Il barbiere di Siviglia, al mismo tiempo que apuntalaba la posición de un Rossini de 23 años en la ciudad de Roma. Una de los objetivos del Rossini Opera Festival y su referente musicológico la Fundación Rossini es ofrecer y difundir las obras menos conocidas del genial músico para poder apreciar su evolución, además de comprobar que muchas de esas composiciones encierran sorpresas y calidades, en principio, no esperadas. A priori, Torvaldo e Dorliska sería una pièce au sauvetage (de rescate) al igual que óperas previas como Lodoïska de Cherubini y Fidelio de Beethoven.
Sin embargo, esconde sorpresas de gran calado, más allá de la peripecia de la pasión amorosa y rescate de la pareja protagonista, toda vez que comparece el asunto político con tal fuerza, que parece interesar más al compositor que la citada relación amorosa. Un tiránico y abusivo señor feudal, el Duque d’Ordow, pierde el poder a manos del pueblo que se rebela contra él harto de sus abusos ¡acaudillados por el personaje buffo! Insólito. Impecable tanto desde el punto de vista musical como escénico, la representación ofrecida por el ROF con una producción de Mario Martone basada en una escenografía única de Sergio Tramonti, que nos muestra el bosque oscuro y amenazante, así como la reja que simboliza la prisión en la que se ha convertido el palacio del Duque, centro también desde el que el poderoso señor ejerce su despótico poder. El movimiento escénico ágil y bien trabajado se desarrolla por toda la platea, sus pasillos y alrededor del foso orquestal y permite seguir la acción de manera adecuada, además de caracterizar bien a los personajes. Notable, asímismo, la dirección musical de Francesco Lanzillotta, quien había causado una buena impresión al que suscribe hace unos meses con una Traviata en el Teatro Sociale de Como. Articulación genuina, rigor estilístico, ligereza, refinamiento, claridad, atención a los detalles y al canto caracterizaron su labor, obteniendo, asimismo, un buen rendimiento de una entusiasta Orquesta Sinfónica Giaochino Rossini, así como del Coro del Teatro della Fortuna de Fano, que completó una buena prestación. El original, singular e interesantísimo personaje del Duque d’Ordow (papel estrenado por el mítico Filippo Galli), despótico señor feudal que enamorado locamente de Dorliska, -que se ha casado con otro hombre-, comete la arbitrariedad que colma el vaso de su tiranía, resultando finalmente derrocado, fue interpretado por Nicola Alaimo con su habitual personalidad escénica, acentos incisivos y compromiso interpretativo.
Su voz es extensa y sonora, aunque un tanto falta de flexibilidad para este repertorio con una agilidad algo trabajosa y un canto al que le falta un punto de nobleza y elegancia, lo que el cantante equilibra con su carisma y dotes dramáticas. El montaje nos muestra, incluso, en un momento del acto segundo, una especie de curioso guiño a Tosca y Scarpia, pues ante una mesa con su candelabro y la cena interrotta, el Duque exige a Dorliska que se entregue a él si quiere que su amado sobreviva. La soprano Salome Jicia no cuenta con un timbre bello ni su canto es de especial clase, pero tiene garra y entrega y se lanzó con arrojo a los intrincados pasajes de coloratura di forza que contiene su parte, especialmente su gran escena del acto segundo “Ferma, constante, inmobile”. Unas notas altas abiertas y desabridas afearon su intepretación. Torvaldo, personaje que travestido en leñador anuncia su propia muerte (en realidad ficticia) encontró en el tenor ruso Dmitri Korchak un cantante cuidadoso y musical, que afrontó con impecable gusto y propiedad estilística su parte, sobresaliendo en su hermosísima aria del acto segundo “Dille, che solo a lei” que cosechó una importante ovación. Giorgio, sirviente del tirano, un sorprendente personaje buffo que encabeza e impulsa la revuelta contra su señor, tuvo en Carlo Lepore un ajustado intérprete al que un brazo lesionado no impidió encarnar con credibilidad y dominio escénico su papel. En lo vocal el centro es sonoro y con cierto atractivo, aunque los ascensos al agudo resultaron apretados por no estar bien resueltos técnicamente. Raffaela Lupinacci lució su bien colocada, bella y lozana voz de mezzosoprano, así como su aplicado canto, como Carlotta. Más flojo, con un material vocal pobre y escasamente proyectado, Filippo Fontana en el papel de Ormondo.
Foto: Rossini Opera Festival
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