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Crítica: 'Stiffelio' de Verdi en el Palacio Euskalduna de Bilbao

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Autor: José Amador Morales
29 de enero de 2017

FASCINANTE RAREZA VERDIANA

   Por José Amador Morales
Bilbao. Palacio Euskalduna. 21-I-2017. Giuseppe Verdi: Stiffelio. Roberto Arónica (Stiffelio), Angela Meade (Lina), Roman Burdenko (Stankar), Francesco Marsiglia (Raffaele), Simon Lim (Jorg), Diana Axentii (Dorotea), Jorge Rodriguez Norton (Federico). Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director musical: Francesco Ivan Ciampa. Director de escena: Guy Montavon. Producción del Teatro Regio di Parma.

   Dentro del proyecto “Tutto Verdi” la ABAO ha apostado por Stiffelio para la presente temporada, un título verdiano que ha compartido cierta desatención e impopularidad con aquellos que fueron creados en los “años de galeras”, nombre que el propio Verdi dio a su etapa creativa iniciada tras el estreno de Nabucco en 1842 debido al enorme volumen de encargos operísticos que recibió. Una carga de trabajo que, por otra parte, le permitió adquirir un conocimiento y un oficio que a la postre se revelaría fundamental para posteriormente ofrecer las grandes obras maestras que conocemos.

   No obstante el caso de Stiffelio es musicalmente distinto pues dista mucho de esa irregular calidad que asociamos a las óperas de ese periodo del compositor de Busseto. Compuesta en 1850, entre Luisa Miller y Rigoletto, ofrece junto a ellas un evidente esfuerzo por la concisión dramática, la introspectiva caracterización de unos personajes reducidos en número, la mayor atención a la psicología individual sobre la colectiva, un progresivo protagonismo de la orquesta o la paulatina disolución de la estructura recitativo-aria-cabaletta para alcanzar eso que Verdi llamaría parola scenica y que resume su ideal músico-teatral. Así pues, Stiffelio contiene personajes con un alto grado de desarrollo dramático, logrados clímax solistas y corales y no es difícil atisbar esquemas compositivos y detalles musicales que un buen melómano no tardará en relacionar con este o aquél pasaje de Rigoletto, La traviata o incluso Un ballo in maschera. Es cierto que su final no llega al paroxismo o la espectacularidad de esas óperas pero, en su enorme sencillez, no está exento de belleza y profundidad que, precisamente por ello, lo hacen único.

   La producción del Teatro Regio di Parma vista en Bilbao permite el seguimiento de la trama con facilidad, a pesar de su escaso atractivo estético: el último cuadro desconcierta un tanto con el giro hacia un simbolismo (piedras, biblia gigante…) hasta ese momento ausente. Francesco Ivan Ciampa dirigió con corrección si bien su batuta acusó cierta irregularidad, destacando más como concertador que como revulsivo en los momentos en los que la orquesta tenía más posibilidades expresivas (introducciones a los actos segundo y tercero, por ejemplo). Ciertamente su dirección fue a más a lo largo de la velada, llegando a ser muy aplaudido por el público en los saludos finales.

   Roberto Aronica convenció por su indudable entrega y arrojo, cualidades con las que compensó sus carencias vocales y técnicas. Su voz ha perdido el brillo de antaño y ahora aparece bastante metálica, planteándole dificultades en el pasaje que aquí le llevaron al límite en algún que otro momento de la representación, como al final del dúo con la soprano del primer acto donde evidenció serios problemas de fiato. A nivel teatral, el tenor italiano acertó con su retrato del convulso personaje protagonista salvo en ocasiones puntuales en que abusó de efectos veristas.  

   El ‘Stankar’ de Roman Burdenko destacó por su elegante fraseo y línea de canto, a despecho de un timbre impersonal y demasiado claro en el registro agudo. No desaprovechó en ese sentido su gran escena al comienzo del tercer acto. Expresivamente algo distante, tal vez fuese el aspecto paternal del personaje el menos destacable de su interpretación, probablemente debido a la juventud del cantante ruso.

   Indudablemente el elemento más sobresaliente de esta producción bilbaína fue la actuación de Angela Meade, extraordinaria tanto en lo dramático como en lo meramente vocal. Su enorme voz apabulló desde la primera frase, siendo probablemente la única que logró proyectarla a placer a lo largo y ancho de la sala del Euskalduna. La soprano norteamericana fue generosa en medias voces y filados, sintiéndose cómoda y segura en todos los registros de su instrumento. Fue particularmente sobrecogedor su inesperado ascenso al sobreagudo al comienzo de su respuesta en el dúo del último acto. Al mismo tiempo Meade fue capaz de moldear y controlar todo este potencial canoro para ofrecer una ‘Lina’ frágil, sensible y conmovedora.

   Aceptable el resto del reparto, encabezado por los solventes ‘Rafaele’ de Francesco Marsiglia y ‘Jorg’ de Simon Lim, como correctos tanto la Orquesta Sinfónica como el Coro de Ópera de Bilbao, a pesar de pasajeros desequilibrios de este último. El público aclamó con generosidad a los protagonistas y, en definitiva, disfrutó de esta oportunidad única de ver representada esta rara aunque interesantísima y hermosa ópera de Verdi.

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