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Crítica: Semyon Bychkov dirige «Parsifal» de Wagner en Bayreuth

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Autor: Raúl Chamorro Mena
5 de agosto de 2019

Y entonces vi la luz

Por Raúl Chamorro Mena
Bayreuth, 30-VII-2019, Festpielhaus. Parsifal (Richard Wagner). Andreas Schager (Parsifal), Elena Pankratova (Kundry), Ryan MacKinny (Amfortas), Günther Groissböck (Gurnemanz), Derek Welton (Klingsor), Wilhelm Schwinghammer (Titurel). Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Dirección musical: Semyon Bychkov. Dirección de escena: Uwe Eric Laufenberg.

   En esta mi segunda visita al Festival de Bayreuth llegaba la primera vez que veía aquí Parsifal, la obra que se compuso ex profeso para este recinto. La creación de un Richard Wagner que presentía la muerte, que era consciente de que la tenía cerca pero que estaba convencido que no sólo la terminaría, sino que la vería representada en el teatro por él concebido. Y tengo que decir que por fin, ví la luz y empecé a comprenderlo todo. Se me olvidó el calor sofocante de la sala, la incomodidad de las butacas, los descansos interminables...  y pude constatar que lo realmente memorable, especial y único es ver Parsifal en Bayreuth con ese foso cubierto y esa acústica característica. Nunca he sido golpeado en un teatro con tanta sensación de conmoción, espiritualidad y trascendencia.  

   La visita matutina al fascinante Teatro de los Margrave, el teatro barroco mejor conservado del mundo, fue el más estimulante aperitivo posible para lo que fue, con diferencia, la mejor de las tres funciones consecutivas vistas por el que suscribe en la sala de Festivales de Bayreuth este julio de 2019. Por fin, dirección musical, puesta en escena y reparto contribuyeron a una representación inolvidable y en la que, por fin, comprendí lo que significa el mito del Festpielhaus de Bayreuth, particularmente, cuando se representa con tan altas calidades la obra pensada para dicho recinto.


   En Parsifal encontramos la síntesís de la creación wagneriana y una vuelta de tuerca final al asunto principal de la misma, la redención a través de la renuncia y la compasión. En el testamento wagneriano encontramos una mezcolanza de elementos de diversas religiones, especialmente de la cristiana y el budismo e incluso la reflexión de que se puede acceder a la redención sin necesidad de religión alguna, cuestión en la que incide la estupenda puesta en escena, que en lo fundamental se mantiene fiel al libreto, a cargo de Uwe Eric Laufenberg con escenografía de Gisbert Jäkel, vestuario de Jessica Kärge e iluminación de Reinhard Traub. La acción se sitúa en la Guerra de Irak, la comunidad cristiana del Grial se encuentra en ese contexto acosada, seriamente amenazada. El montaje en plena comunción con la batuta de Semyon Bychkov -que no sólo demuestra que cuando quiere es un gran músico, si no que, como ya demostró en el Parsifal  que dirigió en el Teatro Real de Madrid es gran conocedor y perfecto oficiante de este festival escénico sacro- nos deparó un impresionante acto primero, con altas cotas de emoción y fuerza trascendente. En la música de la transformación vemos una proyección que nos muestra la Tierra, el Sol y los planetas dentro del Cosmos como apropiado símbolo de la impronta metafísica de la música de Wagner, Realmente emotiva la escena de la transfiguración y descubrimiento del Grial, en la que un Amfortas sufriente e  incapaz de celebrar, representando una especie de Jesús de Nazaret con corona de espinas y la herida de lanza en el  costado, la cual sangra al descubrir el Grial como símbolo de su pecado. Amfortas ofrece esa sangre, signo de sufrimiento y renuncia, para llenar el cáliz, del cual bebe su padre Titurel. La batuta de Bychkov, la puesta en escena y la convicción dramática de Ryan McKinny como Amfortas lograron memorables cotas de conmoción, expresión mística y espiritualidad.  


   Después de la tensión y fuerza teatral de la primera escena del acto segundo, tanto la batuta de Bychkov como el montaje dieron paso a la sensualidad de la escena de las muchachas flor, que tuvo un colorido morisco con la presencia del agua y las muchachas cual irresistibles odaliscas. No faltaron momentos gratuitos en la globalmente magnífica puesta en escena de Laufenberg. En la gran escena de la seducción de Kundry, vemos aparecer a Amfortas y posteriormente presenciamos su pecado, cómo cayó seducido por Kundry, esclavizada por Klingsor, que como Alberich ha renunciado al amor en este caso automutilándose y convirtiéndose en estéril. El montaje nos muestra, gratuitamente, pues no es necesario, la cópula entre Amfortas y Kundry. En el último acto la comunidad del Grial está en todal decadencia, ha llegado a un punto muerto, pues Amfortas es incapaz de oficiar y desea la muerte que acabe con su dolor y vergüenza. Las ruinas y escombros se apoderan del lugar y la vegetación, la naturaleza, recupera su sitio. Titurel ha fallecido y ya es sólo polvo dentro del atáud que porta Amfortas. Una vez sanada su herida por Parsifal, los símbolos religiosos se depositan en el féretro, pues la redención se puede lograr sin necesidad de la religión, dado que lo principal es el mensaje universal de hondo contenido humanístico, espiritual y regenerador. Una regeneración que debe ser colectiva y absoluta, incluido Parsifal. De ahí la frase final del coro "redención al redentor". La batuta de Bychkov, inconmensurable en fraseo, acentos y articulación, fue esencial en todo ello, pues si ya he subrayado que el acto primero resultó absolutamente memorable, la progresión dramática y fuerza teatral del segundo fueron indiscutibles, para culminar en un tercero en que, desde el preludio, pleno de serenidad espiritual, la sublime escena de los encantamientos del viernes santo y un final en el que la hondura y trascendencia del mensaje llegó tan vivamente que uno se queda casi sin respiración y como vacío y paralizado. Fundamental resultó, asimismo, la espléndida actuación del coro del Festival de Bayreuth del que uno no sabe qué admirar más, si el empaste prodigioso, su ductilidad, la inmensa gama dinámica o esa singular capacidad para la expresión trascendente.


   Andreas Schager cantó nace unos años Rienzi en el Teatro Real en versión de concierto. En aquella ocasión pudo escucharse un tenor lírico no muy refinado, pero de material timbrado y penetrante, así como fraseo enfático y un punto altisonante. Ahora, después de haber afrontado papeles heroicos como Tristán o Sigfrido, puede apreciarse un centro abombado con perceptible temblor, pero el sonido es caudaloso, amplio y el intérprete intenso, arrojado y vibrante. Asimismo, la tesitura de su parte, le permite esquivar una problemática zona alta. Cierto es, que al comienzo parece demasiado impetuoso y lanzado, pero resulta ajustado dramáticamente en esa especie de evolución del «puro loco», «el tonto inocente» que recorre ese camino espiritual desde la inocencia inicial, hasta tomar conciencia del inmenso dolor, del sufrimiento de Amfortas por haber caído ante la seducción de Kundry, asumiendo un profundo sentido de la compasión por él. En ese pasaje del segundo acto, «Amfortas die Wunde!» y favorecido por un silencio dramático de la orquesta de Bychkov, Schager debió ser escuchado hasta en Bamberg. El Parsifal del acto tercero ya es muy distinto, sereno, consciente de haber culminado su recorrido espiritual y, por tanto, «sapiente por compasión» cura la herida de Amfortas, le libra de su sufrimiento y sentido de culpa y le sustituye como celebrante.

   Realmente deslumbrante la prestación vocal de Elena Pankratova como Kundry, si tenemos en cuenta, además, que el día anterior había cantado Ortrud en Lohengrin. Esta vez, al contrario de lo que suele ocurrir, tuvimos Kundry en el acto primero, pues Pankratova reprodujo con solidez, timbre y apoyo, las muy requeridas notas graves. Asimismo, en el segundo, se mostró desahogada, fácil, segurísima, en los Si naturales agudos entre los que pudieron escucharse notas pletóricas por plenitud, cuerpo, metal  y penetración tímbrica. Cierto es que a su Kundry le faltó algo de sensualidad, pero ni un ápice de entrega e intensidad y todo ello con ese caudal, esa amplitud, esa robustez, que llenan totalmente la sala. Espléndido y de gran fuerza dramática el acto segundo que completó Pankratova junto a Schager y Welton. Me resultó grato ver a Derek Welton, cantante del ensemble de la Deutsche-Oper de Berlín, teatro donde le he visto en diversas ocasiones, completar un buen Klingsor, con buena presencia sonora e implicación dramática, en este Parsifal del Festival de Bayreuth. En el caso de Ryan MacKinny, barítono estadounidense intérprete de Amfortas, hay que distinguir claramente la faceta vocal, en la que presenta un timbre árido, ingrato y pobretón tímbricamente, de la interpretativa, en la que uno se rinde ante tal convicción dramática, ante esa expresión del dolor y el sufrimiento, auténticamente conmovedora. Difíciles de olvidar la conmoción de la escena del Grial del primer acto y la del tercero cuando aparece con el ataúd de su padre Titurel, se introduce en él y coge el polvo en el que se ha convertido, pues, en definitiva «es un hombre como todos». El relator del Real, Gurnemanz, fue sólidamente abordado por Günther Groisböck, suficientemente timbrado y robusto en las zonas grave y central (no particularmente amplia ni rotunda) y que resolvió con solidez y corrección sus largos parlamentos, mientras la tesitura no se empinara a una zona aguda sin resolver. Solvente el Titurel de Wilhelm Schwinghammer.

Foto: Bayreuther Festspiele / Enrico Nawrath

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