Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo. Teatro Campoamor. 12-IV-2018. Penella, La malquerida. Cristina Faus, César San Martín, Alejandro Roy, Sonia de Munck, Juanma Cifuentes, Sandra Ferrández, José Antonio Lobato, María Garralón. Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Director de coro: Pablo Moras. Oviedo Filarmonía. Director musical: Manuel Coves. Director de escena: Emilio López.
Desde su estreno en 1935 tan sólo se ha podido escuchar la zarzuela La malquerida en dos ocasiones: una en la temporada pasada en los Teatros del Canal, quien coprodujo la obra junto al Palu de les Arts Reina Sofía, y esta semana en el teatro Campoamor. Basada en la obra de teatro de Jacinto Benavente, Manuel Penella realiza una zarzuela melodramática de ambiente rural en tres actos. El estallido de la Guerra civil española tras su estreno, además del hecho de que Benavente estuvo censurado durante años en la escena española, hicieron que esta zarzuela cayera en el olvido y que no fuera hasta el año pasado cuando se recuperara la obra, gracias al trabajo del musicólogo Enrique Mejías, quien ya escribiera al respecto un artículo para estas mismas páginas de CODALARIO.
El director de escena Emilio López, ha querido rizar el rizo rindiendo además un homenaje al director de cine mejicano Emilio "El Indio" Fernández, quien realizó en 1949 la adaptación cinematográfica de la obra, llevando la acción a una hacienda de Méjico, país muy vinculado a Penella, en el que precisamente falleció. De nuevo asistimos al plegamiento de una obra rendida a los caprichos de un director de escena, ya que nada en el libreto alude a ninguna ambientación mejicana y se ve por tanto muy forzado el traslado de la acción, que, por cierto, tan solo se percibe por la inclusión de un grupo de mariachi con dos sucintas participaciones y el vestuario de los integrantes del coro, con algún toque también en los protagonistas masculinos, pero ni rastro en una de las protagonistas femeninas ni en su criada; ni en la ambientación ni en los diálogos se atisba nada que tenga ni remotamente nada que ver con el país azteca. También Penella añadió a la obra original del Nobel algunos elementos, pero en este caso justificadamente al tener que transformarla en zarzuela: un coro y la presencia de dos personajes cómicos, Rufino y Benita, que quitan un poco de hierro a la truculenta historia de celos, pasión y asesinatos de la obra original. Juanma Cifuentes y Sandra Ferrández ejecutaron brillantemente estos papeles, tanto en la parte actoral, especialmente él con un papel más amplio, pero también en lo vocal, donde Cifuentes sorprendió como un estupendo tenor cómico en su dúo con Ferrández y la mezzo interpretó con enorme salero y excelente proyección las divertidas “Coplas del sacristán”, muy bien acompañada por la parte femenina del Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, que cantaron con gracia, frescura y una dicción envidiables.
Debido al origen teatral de la obra, las partes habladas exceden en mucho a las musicadas y el esfuerzo de los cantantes hubo de ser grande para afrontar tantas escenas puramente teatralizadas, donde actuaron con profesionalidad a pesar de no mostrarse nada naturales fuera de su ambiente lírico. Podían haberse trabajado escénicamente mucho más varios momentos, especialmente los más dramáticos. Muchos de los textos parecían estar recitados del tirón, los cantantes sobreactuaban en sus declamaciones, hubo algún momento de solapamiento verbal y no es de recibo, por ejemplo, que acaben de asesinar a su prometido y Acacia se dedique tan tranquila a hacer punto mientras su madre departe angustiada sobre el asunto y se escucha de fondo un disco antiguo de lo que parecía una copla de la Piquer, artista muy vinculada a Penella. Una obra realista, como la de Benavente, requiere de mayor empaque dramático, más aún si se comparte escenario con actores de la talla de María Garralón en el papel de Juliana, que no tuvo un buen día, y el asturiano José Antonio Lobato, como El Rubio, que estuvo magnífico.
Tampoco la escena ayudó a realzar la dramaturgia ya que, a pesar de ser un decorado bonito, el de una casa colocada sobre una plataforma giratoria para poder verla desde distintas perspectivas, enseguida agotó sus posibilidades habiendo girado ya varias veces en el primer acto y quedando aún dos por delante con exactamente el mismo decorado; no fue suficiente para completar una acción desarrollada en dos horas volviéndose totalmente monótona y aburrida. Una pena que no se aprovecharan las distintas mutaciones de la partitura que precisamente se componen para realizar cambios escénicos. El cuidado vestuario mejicano de las mujeres del coro, así como sus peinados con coronas de trenzas y lazos, sí dotaron de dinamismo a la acción, lástima de la poca participación escénica del coro, que siempre actuó a un gran nivel; muy buen trabajo el de su director Pablo Moras.
Empezó la velada una vez más con los dichosos avisos por megafonía en “llingua” y de nuevo sonoros pateos por buena parte del público, que intentaron paliarse en esta ocasión, no sólo con algún aplauso, sino que el Ayuntamiento tenía preparada una nueva estrategia, e inmediatamente se subió a un volumen atronador la megafonía para intentar ahogarlos. Deben pensar que no hay nada como taparse los ojos para no ver, mejor dicho, subir el volumen para no oír, como hacen algunos chiquillos cuando sus padres les echan una regañina. ¡Qué actitud más infantil!
Se inició la zarzuela con el añadido de la habanera “Todas las mañanitas” que el propio Penella escribió para su zarzuela Don Gil de Alcalá interpretada ahora por Alejandro Roy en su papel de Norberto acompañado por los mariachi, en lugar de la rondalla original. El tenor mostró el volumen que siempre caracteriza a su timbrada y bella voz luciéndose además en la romanza “Otra vez en esta casa”. También César San Martín, como Esteban, estuvo a un gran nivel canoro, con una excelente dicción y volumen. Hizo bonitos giros en la Serranilla inicial, aunque podría haber cuidado más el final de su romanza “A verla voy”, pieza original de la zarzuela del propio Penella Curro Gallardo, donde un exceso de celo deslució el final por un exagerado desgarro dramático, al igual que en sus réplicas dialogadas a El Rubio, con unos arrebatos súbitos muy artificiales. Cristina Faus como Raimunda, tuvo que afrontar una gran parte actoral a lo largo de toda la obra y salió airosa en el asunto, dotando siempre de intención sus alocuciones. Vocalmente estuvo bien, tanto en la plegaria “Dame fuerza, Virgen Santa” como en su dúo con Esteban, “No llores más”. No podemos decir lo mismo de Sonia de Munck en el papel de Acacia que, a pesar de contar con un bello timbre, su volumen es escaso y su dicción más que deficiente, desluciendo así todas sus intervenciones, que si no fuera por los subtítulos serían imposibles de comprender, como en la romanza “El aquí” de la zarzuela de Penella El hermano lobo, además como actriz no resultó nada creíble. Manuel Coves dirigió con solvencia a la Oviedo Filarmonía que acompañó adecuadamente a los cantantes.
En definitiva, siempre es un motivo de satisfacción la recuperación del patrimonio musical español, pero vista la decepcionante adaptación del libreto, donde las escenas teatralizadas son larguísimas, se prolonga la acción innecesariamente a tres actos, la interacción entre los personajes es escasa, la aparición de números musicales se ve muchas veces forzada (aparecen por ejemplo dos canciones solistas femeninas consecutivas sin mediar palabra entre una y otra), ninguna pieza es de relevancia capaz de ser inmortalizada por el reconocimiento del acervo popular, salvo “Las coplas del sacristán” y, además, se ha visto la necesidad de incluir números de otras zarzuelas, aunque del propio compositor. Todo ello hace pensar que quizá La malquerida no debería haber estado en los primeros puestos de las zarzuelas a rescatar, habiendo tantísimas obras geniales esperando turno y nos hace replantearnos el hecho de por qué dejó de representarse tras su estreno, ya que quizá estos aspectos fueron relevantes en la decisión. Sin ir más lejos, El salto del Pasiego, de Manuel Fernández Caballero con libreto de Luis de Eguilaz, es también una zarzuela melodramática en tres actos, pero de una profundidad dramática y belleza musical digna de estar hoy en día en los carteles de nuestros teatros. Hubiera sido sin duda una elección muchísimo más adecuada.
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