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Crítica: Roberto Alagna debuta como Des Grieux en la 'Manon Lescaut' del Metropolitan

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
27 de febrero de 2016

ROBERTO ALAGNA AL RESCATE

Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Metropolitan Opera House24/2/2016. ManonLescaut (Giacomo Puccini). Kristine Opolais(Manon Lescaut), Roberto Alagna (Des Grieux), Massimo Cavalletti (Lescaut), BrindleySherratt(Geronte). ZachBorichevsky (Edmondo). Dirección Musical:Fabio Luisi. Dirección de escena: Richard Eyre.

   Manon Lescaut, el cuarto estreno de la temporada neoyorkina, fue la tercera ópera del compositor de Lucca. La que tras su éxito arrollador le convirtió en ídolo nacional. La primera que vio en persona representada en Nueva York, el 18 de enero de 1907, y que debido a un retraso, le hizo ir directamente desde el barco al teatro. El argumento es conocido y, aunque la obra original fue escrita por el Abad Prevost en 1731, tiene todas las características del melodrama romántico. Una guapa jovencita camino de ingresar en un convento, se enamora de otro joven guapo y se escapa con él a Paris. Tras quedarse sin un duro, prefiere la buena vida que le ofrece un rico maduro. Pero el joven guapo no se resigna, se escapan juntos, el rico maduro le acusa de prostituta, y es condenada al exilio en América donde muere en brazos de su amado.

   Cuando Puccini se interesó por la historia, la obra había sido utilizada previamente por otros compositores, en especial por Jules Massenet. Puccini siguió adelante contra la opinión de casi todo el mundo, y dijo su famosa frase: “Manon es una heroína en la que creo. ¿Por qué no van a existir dos óperas sobre ella? Massenet la siente como francés, maquillada y con minués. Yo la sentiré como italiano, con una pasión desesperada."

   El plato fuerte de esta nueva coproducción dirigida por el antiguo director del Teatro Nacional de Londres, Sir Richard Eyre, y vista anteriormente en el Festival de Pascua de Baden Baden en 2014, era la presencia de dos de los cantantes guapos y mediáticos del momento: Kristine Opolais y Jonas Kaufmann. Probablemente el MET pretendía repetir el éxito obtenido recientemente por ambos artistas en Londres y Munich. Se ha vendido por todas partes la química particular que, supuestamente, hay entre ambos cantantes y el fuego que desprenden en escena juntos. Pero hace menos de un mes, uno de los pilares se vino abajo. El tenor bávaro canceló por enfermedad y el teatro tuvo que buscar un sustituto a la altura.

   Roberto Alagna estaba en Nueva York interpretando a “Canio” y el MET pensó que era más fácil encontrarle un sustituto de garantías que un “Des Grieux”. Marco Berti, que terminaba de actuar en Turandot, se hizo cargo del “Canio”, y Alagna por su parte, aceptó el reto de aprender en 15 días un papel que nunca había cantado. El agradecimiento del MET llega al punto de incluir una hoja en el programa de mano llamada “Tenor al rescate”, donde le denomina el “salvador que gentilmente y con mucho valor ha aceptado debutar un papel que se aprendió hace unos años pero que finalmente no llegó a interpretar”. Menciona también las otras dos veces que salió al quite en el pasado.

   No es reto fácil el plantearse un papel como el “Des Grieux” con más de 50 años, con una tesitura difícil, cada dos por tres en la zona de paso, con subidas continuas al agudo, donde pesan mucho los papeles dramáticos que ha acometido recientemente incluidos los “Otellos” de Paris y Orange. Pero si algo le sobra al francés es valor. No vamos a estas alturas a descubrirle. Roberto Alagna es probablemente el último tenor con mayúsculas del último cuarto de siglo cuando hablamos de ópera italiana o francesa. La voz, que pareció perder fuste hace una década, vuelve últimamente a impactar por su calidez y belleza. Es una voz potente, bellísima, liberada, que corre por el escenario llenándolo de calor mediterráneo. Además es capaz de tenerte con el corazón en vilo porque en él no hay trampa ni cartón. Todo es espontaneo. No hay cálculo. Si hay que subir, se sube, aunque los resultados no sean siempre óptimos. Cuando entra en escena, su presencia desprende carisma y confianza.

   No todo fue de color de rosas. El miércoles, cuarta representación, se notaron de inicio ciertos nervios. El “Travoi, belle, brune e bionde”, cantado a plena voz, se le notó algo cuadrado. Según avanzaba el acto se fue soltando, fraseando con calor. En el segundo el fuego empezó a subir. Hubo medias voces, canto pleno, apasionado, vibrante que junto al calor que subía del foso, llevaron en volandas a la Opolaïs hacia un frenético final que Fabio Luisi cerró en pleno éxtasis. En el tercer acto, compaginamos canto de gran altura con sufrimiento en las subidas a la parte alta de la temible tesitura, donde la voz casi se quiebra un par de veces y en otra directamente evitó el agudo que solo dio la soprano. Sin embargo, en su soflama final “Ah! Non v'avvicinate!” nos volvió a poner los pelos de punta. En el cuarto finalmente mostró la desesperación por ver como su amada se va. El resultado final lo podemos calificar entre notable y sobresaliente, y fue premiado con multitud de bravos por parte del respetable. Desde el escenario dio las gracias en persona al apuntador.

   La voz de Kristine Opolaïs es de soprano lírica “justa”. Está bien colocada, tiene un timbre atractivo y homogéneo aunque algo impersonal, y la maneja bastante bien. Pero tiene carencias. Los graves son muy pobres, el centro justo y el agudo aunque desahogado, no está del todo resuelto, aunque cuando timbra se proyecta relativamente bien.

   A nivel interpretativo se maneja con total soltura por el escenario y se le ve que trabaja mucho el personaje. Luce palmito con naturalidad. Sin duda, el trabajar de la mano con Sir Richard Eyre le habrá sido de gran ayuda. Pero claro, no puede evitar la frialdad característica de las artistas del norte. Esa sensación de que cada movimiento, cada cara, cada toma de aire está perfectamente estudiada.

   Y este bagaje, ¿es suficiente para afrontar “Manon”? Personalmente creo que no. Musicalmente, le viene grande. Le falta anchura y densidad para superar la orquesta pucciniana, lo que afecta directamente al fraseo que se convierte en monótono. Si se sale del papel, no puede con la orquesta. También afecta a la interpretación porque le resta frescura y naturalidad. Así es muy difícil hacer creíble una “amante italiana”. Sin embargo, es lista e intenta llevarse el ascua a su sardina. Y tiene algo bueno. Aprende rápido. No se dedicó a “pegarse” con Alagna donde hubiera perdido sin duda, sino que en cuanto pudo, se subió al carro. No fue lo mismo el primer acto, el duetto con “Lescaut” o un “in quelle trine morbide”, todo mecánico, casi sin legato y bastante pobre, que a partir de la entrada del francés, donde a su lado se sintió más arropada y empezó a soltarse. En el dúo del tercer acto fue subiendo el voltaje y acabó con un estimable “sola, perduta, abandonatta”.  Desconozco la supuesta química que tiene con Jonas Kaufman. Pero junto a Alagna se vio una clara mejoría en los dos actos finales. En cualquier caso, espero con interés su “Rusalka” de la próxima temporada, donde creo que estará bastante mejor que aquí.

   Del resto del reparto destacó el “Geronte” del bajo Brindley Sherratt, con una voz noble y profunda, y el “Edmondo” del debutante Zach Borichevsky, tenor de voz pequeña pero con un timbre atractivo y brillante. Por el contrario, decepcionó el barítono Massimo Cavalletti en el “Lescaut”, con voz brillante pero engolado y sin interés.

   Fabio Luisi nunca ha sido santo de mi devoción. Las veces que le he visto me ha parecido un buen concertador que cuida a los cantantes, cuida mucho el sonido, pero en general con falta de gancho, poca pasión y algo superficial. El miércoles sin embargo fue algo muy distinto. Arrancó con bastante brío, acompañando y concertando bien, con el refinamiento tímbrico marca de la casa. En el segundo acto subió la temperatura. En el intermezzo hubo pasión. A partir de ahí puso el carro al servicio del elenco y de ahí hasta el final tiró del mismo como nunca le he visto, arropando a la pareja protagonista, resaltando toda la gama dinámica de la partitura pucciniana y sus sutilezas orquestales, terminando completamente desmelenado. Entiéndase bien. Él ni se despeinó, con ese gesto hierático que le caracteriza, pero del foso salía fuego. La orquesta estaba galvanizada por su batuta y el resultado fue excelente. No solo galvanizó a la orquesta sino también al público. Consiguió algo casi imposible en este teatro. Que nadie aplaudiera hasta la última nota. Sin duda, el mejor Fabio Luisi que yo haya visto nunca.

   La producción trajo la acción a 1941, a la Francia ocupada en la II Guerra Mundial, con la excusa de simular una película de cine negro, más concretamente Casablanca. En el primer acto, los estudiantes bebían en la terraza del bar de la plaza junto a la Puerta de Paris en Amiens, junto a cuatro oficiales nazis. Cuando el coro aumentaba el volumen, parecía que estaban en el “Café de Ricks”, y se iban a arrancar con La marsellesa. En vez de casa de postas tenemos la estación del tren. “Lescaut” vestía uniforme francés como el del “Capitán Louis Renault”. La posada era un hotel tipo “art-deco” del estilo del que utilizaba Dominique Strauss-Kahn para sus fiestas en Lille. En el segundo acto, la casa de “Geronte” es un auténtico palacio, y el arresto es hecho por oficiales nazis. En el tercero, “Manon” es deportada junto a un grupo de prostitutas. No es muy creíble que los nazis las deportaran y no se quedaran con ellas. Por último, el viaje del barco, en vez de ir a Louisiana y a “su desierto”, acaba en las escaleras derruidas del palacio de “Geronte”. ¿Sentido o sinsentido? En la parte positiva, la acción se sigue perfectamente. En la negativa, te preguntas ¿para qué todo esto? La dirección de actores sin embargo es precisa, propia de un hombre de teatro como Sir Richard Eyre.  

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