Por José Antonio Cantón
Granada, 22-V-2021. Auditorio Manuel de Falla. Orquesta Ciudad de Granada (OCG). Solistas: Natalia Labourdette (soprano) y Gianfranco Montresor (barítono). Coro de la OCG. Director: Lucas Macías. Obras de Aaron Copland, Gabriel Fauré y Sergei Prokofiev.
Con la intervención del director Lucas Macías, titular de la OCG, la formación granadina ha cerrado su temporada de conciertos de abono interpretando un programa que llevaba por título «Una feliz liberación», toda una declaración de intenciones por parte del maestro onubense que refleja cómo ciertas obras pueden ayudar en su interpretación y escucha a superar las situaciones y momentos difíciles semejantes a los vividos durante la pandemia, transmitiendo un claro mensaje de esperanza. Para tal propósito había elegido la Fanfarria para el hombre común de Aaron Copland, escrita en los difíciles años de la Segunda Guerra Mundial, la Primera Sinfonía en re mayor, «Sinfonía clásica», op. 25 de Sergei Prokofiev y el admirado Réquiem en re menor, Op. 48 de Gabriel Fauré, todas ellas orientadas a justificar y ennoblecer el alma humana desde estéticas y efectos diferentes.
La explosividad de los fortísimos acordes iniciales de la obra de Copland, sirvió para despertar los sentidos y el ánimo de los espectadores, que pudieron percibir cómo la acústica quedaba absolutamente saturada hasta el punto de que, por su impacto, llegó a perderse el más mínimo efecto de reverberación de la sala. Lucas Macías llevó su gesto a la máxima extensión para poder graficar en su figura todo el poderío sonoro de esta espectacular pieza muy abundante en decibelios, aunque sólo sea realizada por la sección de viento-metal y una contundente percusión (timbales, gong y gran caja).
Después de tanta intensidad de sonido, el primer movimiento de la sinfonía parecía un bálsamo, tratado con un tempo con el que el maestro parecía acentuar el pausado efecto clásico de su planteamiento, queriendo minimizar el carácter enérgico con el que suele interpretarse este allegro inicial y sí dotarlo de un ingenioso color que sirviera para clarificar la transparencia de sus cadenciosos fraseos, que siempre reflejaban un aire de vitalidad y alegría. El Larghetto fue un dechado de elegancia, destacada desde un tratamiento preciso de su punteo esencial contrastado con el realce de los sutiles y destacables contracantos. Tales efectos se vieron incrementados en la Gavota por la sección viento madera antes de adentrase el maestro en la conducción del rítmico Finale que indicó sin precipitación resaltando su abrupta conclusión que, desde su sorprendente función, no por menos esperada, levantó lo primeros bravi del público.
La inclusión del Réquiem de Fauré en el programa tenía el paradójico sentido de justificarse en la agnóstica religiosidad del compositor al pretender con esta obra una «canción de cuna de la muerte», como él mismo la calificaba, al entender tan trascendente tránsito como un canto a la liberación de la existencia material y así llegar a la paz eterna, sentimientos confirmados por las palabras de Nadia Boulanger, preclara alumna de Fauré, cuando el año 1936 dirigió en Londres su versión orquestal: «Ningún efecto externo disminuye su gran y, en cierta manera, severa expresión de dolor: ningún tipo de ansiedad o agitación perturba su profunda meditación, ninguna duda empaña su insaciable fe, su dulce confianza, su tierna y tranquila esperanza».
Estos sentimientos quedaron reflejados en el concepto interpretativo que aplicó Lucas Macías al conjunto de la obra y a cada una de las siete partes que la integran, encontrando esa natural concatenación entre ellas al conseguir que el oyente fuera experimentando un creciente estado de tensión emocional en el que los sonidos se convertían en nuevos y más elevados niveles de meditación. Para lograr este alto grado de expresividad contó con un coro en plenitud de capacidad vocal, gracias al gran trabajo de preparación realizado con su director titular, Héctor Eliel Márquez, músico con gran formación polifónica y distinguido instinto coral, que sabe sacar siempre el máximo partido a su formación, y que ha aprovechado la belleza de esta obra para alcanzar un más que destacado lucimiento. En relación a los solistas, se apreció la seguridad y experiencia del barítono veronés Gianfranco Montresor así como la controlada emisión mezza voce de la soprano madrileña Natalia Labourdette. Por último, hay que hacer mención del organista Juan María Pedrero por su acertada intervención, de modo llamativo en el episodio final, In paradisum, contribuyendo a crear esa atmósfera languideciente con la que concluye la obra.
El sobrecogedor silencio final que mantuvo el maestro Macías reforzó el intenso sentido meditativo dado a su interpretación, determinada por un profundo entendimiento del mensaje del autor, clarificadores recursos de construcción y comunicación puestos siempre al servicio de la música y un decisivo ejercicio de autoridad y liderazgo.
Foto: Orquesta Ciudad de Granada
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