Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Vida y obra de Leonard Bernstein. Paul R. Laird. Madrid Turner Música, 2018. 197 páginas.
El centenario del nacimiento de Leonard Bernstein [1918-1990] celebrado hace dos años dio a luz uno de los pocos libros en español que hay publicados sobre su figura, entre los que también se cuentan Leonard Bernstein de Peter Gradenwitz [Espasa Calpe] y Bernstein, la biografía, de Joan Peyser [Javier Vergara Editor]. Esta vez ha sido Turner Música la editorial que, bajo el título de Vida y obra de Leonard Bernstein, ha editado la traducción –de José Adrián Vitier– en nuestro idioma del libro escrito en inglés por Paul R. Laird [1958], profesor estadounidense de Musicología de la School of Music de la Universidad de Kansas, un autor que, según se nos informa, «lleva más de treinta años estudiando la música de Bernstein», y que además pudo conocerlo personalmente.
El libro recorre la vida y obra del compositor a través de 197 páginas. No son muchas, desde luego, para un estudio a fondo, pero sí resultan suficientes para hacerse una imagen general y certera del biografiado, aunque desde una perspectiva que parece centrarse más en cuestiones políticas, sexuales, psicológicas y sociológicas que estrictamente musicales, artísticas. La traducción de José Adrián Vitier es sin duda mejorable. El libro está escrito con fluidez y dominio del tema y la narración, y aunque puntualmente pueda desprender cierta sensación de precipitación, nos parece una publicación de interés, sobre todo si tenemos en cuenta que no es sencillo encontrar estudios en español sobre Leonard Bernstein, extraordinario compositor y uno de los más importantes directores de orquesta que ha dado la Historia de la Música.
En el primer capítulo se relata la juventud de Bernstein [que nace el 25 de agosto de 1918 en Lawrence, Massachusets con el nombre de Louis, hasta que los dieciséis años se lo cambia por el de Leonard]. Paul R. Laird nos habla sobre la llegada de sus padres a EUU como una pareja de judíos ucranianos que huían de los progromos. Su padre, Samuel Bernstein, ejerció como pescadero, barbero e incluso distribuidor para Nueva Inglaterra de una máquina de peinados. Samuel se casó con otra ucraniana a la que llamaban «Jennie», como llamarían después al propio Leonard, «Lenny».
En los primeros años el autor se centra en algunas de las personalidades más importantes en la vida del biografiado, como Helen Coates, quien llegó a abandonar su propia carrera para convertirse en su secretaria y confidente hasta su propia muerte, en 1989. Es sabido que durante su juventud Bernstein tocaba jazz y blues para ganar algo de dinero, una actividad común a muchos importantes artistas. Son años en los que conoce la Rapsodia in blue de Gershwin, de la que se enamora. En 1934 toca el primer movimiento del Concierto para piano de Grieg con la sinfónica de la Escuela Pública de Boston, ciudad donde transcurre su educación, y en Harvard tiene como profesor a Walter Piston y, en piano, a Heinrich Gebhard. Bernstein, que nunca dejó su relación con la universidad, se graduó en Harvard con una tesis titulada La absorción de los elementos raciales en la música estadounidense, según la cual, «nadie había aportado una voz verdaderamente estadounidense hasta que compositores como Copland incorporaron elementos del jazz y del blues».
Muestra de la premura en la edición del libro, seguramente para tenerlo listo en 2018, es el puntual olvido a la hora de diferenciar algunos títulos de obras con cursiva [páginas 20 o 22, por ejemplo]. Sobre Copland y Bernstein, nos recuerda el autor que «Se hicieron amigos (y tal vez algo más)», escribe Laird en la página 23, que también hace hincapié en la fuerte influencia de Marc Blitzstein, cuando Bernstein era un «joven pianista con tendencias de izquierdas». Así, leemos que «el joven Bernstein tuvo sin duda la ocasión de intimar con cada uno de estos tres hombres», afirma el autor refiriéndose a Copland, Blitzstein y Mitrópoulos, uno de los maestros de dirección que más influirían en su gestualidad, forma de trabajar e incluso de tocar el piano.
En el verano de 1939 Berstein comienza a componer su Sinfonía nº 1 «Jeremiah» y, más tarde, conoce a Fritz Reiner, profesor de dirección en el Curtis Institute de Filadelfia y director de la Sinfónica de Pittsburgh. Reiner lo acepta como alumno: «Él esperaba que el alumno supiese con exactitud qué nota tocaba cada instrumento en un momento dado y que tuviese un conocimiento analítico de la forma, la construcción estilística y los reguladores expresivos de una obra». Bernstein lo tildó de «cruel», nos relata Laird, que no tiene reparos en hablar del «Voraz apetito sexual» de Bernstein en esta etapa de estudio. El relato de las influencias de juventud incluye nombres como el de Kusetvitski, titular de la Sinfónica de Boston, quien sería «su más importante mentor». Berstein heredó sus gemelos tras su muerte y, nos cuenta el autor, «Nunca dirigió un concierto sin llevarlos puestos».
En la Filadelfia de 1940 Bernstein tenía una novia estable, Shirley Gabis, estudiante de piano de 16 años, «pero Bernstein le comentó a Copland en sus cartas que también salía con hombres». Las relaciones sentimentales de Bernstein son uno de los principales puntos de interés del biógrafo, que hacia el final del libro nos dice lo siguiente: «La sexualidad de Bernstein constituía una parte enorme de su personalidad y una de las principales motivaciones de su vida».
En 1941 Carlos Moseley toca, bajo su dirección, el Concierto nº2 para piano de Brahms. Moseley llegaría a ser importante para Bernstein como director administrativo de la Filarmónica de Nueva York, orquesta que dirigió como titular durante 11 años y en la que marcaría una época. «Ella quiere casarse conmigo de todos modos y aceptar la doble vida, o intentar mi recuperación», explicaba a Copland hablando de su relación con Kiki Speyer, a quien le había confesado que era homosexual.
En 1942 Bernstein llega a ser director asistente de la Filarmónica de Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial. «Su estatus de no apto a causa del asma» lo inhabilitó permanentemente para el servicio militar. El mismo año de 1942 trae una relación con el clarinetista David Oppenheim, al tiempo que Bernstein se muda a Nueva York.
En capítulo titulado «Tengo un piso de lujo en el Carnegie Halls» se nos relata una época de búsquedas, en la que Bernstein debuta con la Filarmónica de Nueva York, en 1943, sustituyendo con gran seguridad en sí mismo, porque el concierto era muy comprometido [Rodzinski se había negado a dirigirlo], a Bruno Walter. «En una ciudad y un país en guerra en busca de buenas noticias, Bernstein se convirtió rápidamente en un éxito mediático». A principios de 1945 «Bernstein era uno de los directores invitados favoritos del país», y llegó a hacer de la Sinfónica de Nueva York la contrincante de la Filarmónica de Nueva York. Sin embargo, cuando no pudo conseguir el sueldo que quería en la sinfónica, lo dejó, no explica el autor. Los siguientes diez años fue siempre su director invitado.
Es interesante la relación de Bernstein con la Orquesta Sinfónica de Palestina, en un período en el que se dio «El acontecimiento más significativo» de su vida personal: «conocer, en febrero de 1946, a Felicia Montealegre Cohn, la mujer con quien se casaría en 1951». Cohn era actriz nacida en Chile. «Kusevitski exhortaba a Bernstein a casarse con Felicia sin dilación, para así silenciar las dudas sobre la orientación sexual de Bernstein». Su preciosa obra Trouble in Tahiti trata, como se sabe, de un matrimonio turbulento. «Bernstein tenía permiso para mantener relaciones con hombres, y Felicia deseaba no estar al tanto de ello», nos dice. Tuvieron tres hijos y, según nos explica en la pág. 63 R. Lairds, «Felicia fue, acaso con excepción de la música, el único amor ardiente y duradero de la vida de Leonard Bernstein».
En la página 55 el autor se para con acierto en la Segunda sinfonía, The Age of Anxiety, una obra de gran interés, poco programada en el presente. También se nos informa del estreno mundial de la Sinfonía Turangalila de Messiaen, en manos de Bernstein, y la firma de un importante contrato en 1950 con Columbia Records, la compañía con la que trabajaría durante las dos décadas siguientes.
Nos parece muy interesante que se incluya el interés de Bernstein por México, un país de un potencial enorme, que ya entonces despuntaba en la vertiente musical. En 1950 trabaja en Ciudad de México una semana con la Orquesta Sinfónica Nacional de Carlos Chávez. La muerte de Kusevitski, figura fundamental en su vida, creemos que se narra con cierta frialdad. Berstein pasó algunas horas con su mentor, Kusevitski, en Boston, poco antes de su muerte, el 3 de junio de 1951.
A lo largo del libro, Laird selecciona con un criterio muy personal las obras que decide analizar. Trouble in Tahiti es una de ellas. Tampoco se obvian cuestiones políticas. Así, sabemos que el macartismo lo tachó, como a Copland, de comunista, hasta el punto de que tuvo que «firmar una larga y humillante declaración jurada, fechada el 3 de agosto de 1953, en la que minimizaba su participación en muchos de los grupos con los que se había relacionado antes y declaraba que nunca había sido comunista, además de que: “Mis creencias y formación religiosa me convierten de hecho en enemigo del comunismo”».
Un paso importante, en 1953, llega cuando reemplaza a Víctor de Sabata en La Scala de Milán para la presentación de Medea de Luigi Cherubini, con Maria Callas en el reparto, quien «insistió en contratar a Bernstein», que gracias a esta sustitución se convierte en el primer director estadounidense en trabajar allí.
Como compositor puso música a La ley del silencio de Elia Kazan, obra que le permite estar nominado a los Óscar como menor banda sonora original. «Bernstein convirtió una parte de su música para la película en su Suite sinfónica de La Ley del Silencio, concluida en julio de 1955 para su estreno ese verano en Tanglewood». «Nunca llegó a terminar otra partitura para cine», confiesa el autor del libro.
A lo largo del siglo XX, expresas estadounidenses como la Ford se podían permitir el lujo de tener una orquesta sinfónica, que entre otros artistas dirigió el español José Iturbi, por cierto. En 1951 Bernstein orquesta para el programa televisivo Omnibus, fragmentos de los libros de apuntes de Beethoven y narra una transmisión en vivo sobre este tema para la Fundación Ford. «Dio muestras de poseer un talento natural para explicar la música a las masas». «La reacción a la primera transmisión televisada de Bernstein fue tan positiva que en los siguientes cuatro años realizó otras seis, hasta el momento en que se hizo cargo de los Young People´s Concerts de la Filarmónica de Nueva York». Algunas semanas después, presenta The Art of Conducting, con una audiencia estimada de dieciséis millones de personas.
Candide se convertiría en el tercer musical de Bernstein para Broadway, mientras proseguía su trayectoria como director internacional, al frente de la Filarmónica de Israel o en La Scala, donde dirige diez funciones de La sonámbula de Bellini protagonizada por Maria Callas. Sin embargo, Bernstein no termina bien con La Scala. No consigue que el coliseo se interese en el montaje de Regina de Blitztein, «y se fue a casa sin intenciones de regresar. Pasarían diez años antes de que Bernstein trabajara con otro teatro de ópera». En julio de 1955, Felicia da a luz a su hijo Alexander.
El autor dedica tres páginas a West Side Story. «A principios de 1949, Jerome Robbins concibió la idea de actualizar la obra Romeo y Julieta de Shakespeare con un Romeo judío y una Julieta católica, y la compartió con Bernstein y con el dramaturgo Arthur Laurents». El 25 de agosto de 1955, cumpleaños de Bernstein», mientras estaba acompañado por Laurents en California descansando «junto a la piscina del Beverly Hills Hotel leyeron algo sobre las pandillas mexicanas en Los Ángeles y se percataron de que las guerras entre pandilleros puertorriqueños y jóvenes blancos del West Side de Manhattan podrían servir de telón de fondo a su proyecto». Bernstein quería escribir las letras, pero estaba demasiado ocupado. «Laurents conocía a Stephen Sondheim, joven compositor y letrista, así que coordinó su encuentro con Bernstein. Ambos se cayeron bien y decidieron compartir la tarea. La primera canción que Sondheim escuchó fue María y una de sus principales tareas consistió en atemperar el tono demasiado emocional de las letras de Bernstein», nos cuenta el escritor, en uno de los capítulos más interesantes del libro. En 1956 Cheryl Crawford aceptó producir el espectáculo en asociación con Roger Stevens. «Robins insistía en que todos los miembros del elenco fueran ante todo bailarines, excepto los que desempeñaran los roles de Tony y María». La obra se estrena en Nueva York el 26 de septiembre de 1957; acumuló 732 representaciones, salió de gira durante un año, y después regresó a Broadway para otras 249 representaciones».
En esa época, la Filarmónica de Nueva York se vio «envuelta en un escándalo político cuando a varios de sus miembros se les acusó de comunistas, y aunque hubo quienes trataron de vincular a Bernstein con el caso, lo cierto es que no le perjudicó, posiblemente gracias a los esfuerzos de su nuevo amigo, el senador de Massachusetts John F. Kennedy».
Mitrópoulos había sido director musical de la Filarmónica de Nueva York desde 1951, «pero la colaboración entre el director y la orquesta no era feliz, y se empezó a considerar la posibilidad de que Bernstein lo reemplazara. El 16 de octubre de 1956, the New York times publicó el anuncio de la Filarmónica: Bernstein sería codirector junto a Mitrópoulos para la temporada 1957-1958 por petición del maestro griego, que había manifestado su deseo de explorar otras oportunidades… Acaso la muerte de Guido Cantelli, el 24 de noviembre en un accidente de aviación, eliminó a uno de los principales competidores de Bernstein para el puesto de director de la Filarmónica». Mitrópoulos anunció su reemplazo personalmente el 17 de noviembre de 1957. «El biógrafo de Mitrópoulos, William R. Trotter, afirma que para obtener el puesto el joven director Bernstein, entre otras coas, les habló a varias personas sobre la homosexualidad de Mitrópoulos, al tiempo que ocultaba la suya propia tras la fachada de su esposa e hijos… si de veras actuó como sugiere Trotter puede considerarse este uno de los momentos de mayor crueldad de su vida, que le ayudó a alcanzar la más importante filiación institucional de toda su carrera», explica el autor del libro, cuya narración desprende una reconfortante sensación de objetividad.
Berrnstein se convertía de esta forma en el director musical más joven de la historia de la Filarmónica de Nueva York. Firma un primer contrato por tres años, y un segundo por siete, que incluía uno sabático durante la temporada de 1964-65, once años en los que a duras penas logró componer su Sinfonía nº 3 Kaddish y Chichester Psalms. Parece que «Bernstein lamentaba profundamente este vacío creativo, y fue esa la razón principal que adujo para abandonar la Filarmónica en 1969».
En las siguientes páginas, el autor se centra en describir «estrategias de programación», «Giras», «Transmisiones televisivas» y «Grabaciones», así como su relación con los críticos. Según Bernstein los programas debían «tener un hilo conductor, deben tener un tema que los conecte…. Es preciso que cada presentación de la Filarmónica se sienta como un festival». Como se sabe, Bernstein también potenció a lo largo de su carrera, y no sólo con la Filarmónica, el repertorio sinfónico estadounidense, programando obras de Henry F. Gilbert, Arthur Foote o George Chadwick, entre otros.
Un viaje importante: el 2 de octubre de 1957 vuela con su esposa a Israel para dirigir el concierto de apertura de la Sala Frederic R. Mann en Tel Avic, la nueva sede permanente de la Filarmónica de Israel. «Allí compartió las festividades con solistas de nivel mundial como el violinista Isaac Stern, el pianista Arthur Rubinstein y el chelista Paul Tortelier». «Durante su estancia, Bernstein se lesionó la espalda y la orquesta le regaló una batuta hecha de madera de olivo que le facilitó un tanto la tarea de dirigir con dolores en la espalda. A partir de entonces, Bernstein nunca volvió a su antigua costumbre de dirigir sin batuta».
En la década de 1950 traba amistad con Kennedy y se convierte en un visitante bien recibido en la Casa Blanca. «De hecho, fue el único músico clásico invitado por Frank Sinatra a participar en la gala de investidura. En el otoño e invierno de 1961-1962, Bernstein asistió al famoso concierto de Pablo Casals en la Casa Blanca y a la cena por el ochenta cumpleaños de Igor Stranvisky» El 24 de noviembre de 1963, dos días después del asesinato de Kennedy, dirige a la Filarmónica de Nueva York en una representación televisada de la Sinfonía resurrección de Mahler en honor de Kennedy. Es una pena que en el libro no se analice el extraordinario trabajo de interpretación que Bernstein realiza con esta obra a lo largo de su trayectoria, una versión que ha dejado mella en multitud de directores posteriores y que supone una cumbre interpretativa de esta partitura.
El 22 de enero de 1964 recibe la noticia del asesinado de Marc Blitzstein en Martinica por tres hombres que había conocido en un bar. «Bernstein fue el albacea testamentario de su amigo, en cuyo funeral se encargó de realizar el panegírico. Declaró que terminaría la ópera inconclusa de Blitzstein Sacco y Vanzetti, lo que nunca ocurrió, y se refirió a la “larga lista de hermosas obras fallidas” del compositor, afirmación extremadamente cruel en semejantes circunstancias, pero Bernstein podía ser perturbadoramente sincero con sus familiares y amigos», explica el autor en su narración, que en momentos como éste [o cuando se relata la muerte del padre de Bernstein] se antoja escueta, lacónica, un tanto fría.
A finales de 1964 llega un triunfo importante para Bernstein: el Falstaff de Verdi en el Metropolitan de Nueva York: «Su primer trabajo allí, con una nueva producción dirigida y diseñada por su amigo Franco Zeffirelli». La ópera fue una de las grandes búsquedas de Bernstein como compositor, a juicio del autor, un tanto frustrada. «Bernstein anhelaba escribir una ópera memorable. No se le puede culpar por no haber cumplido esta alta meta, porque ciertamente lo intentó».
En 1964 viaja a Chile con su familia para pasar la Navidad, y en 1966 debuta en la Ópera de Viena con Falstaff [con Dietrich Fischer-Dieskau en el papel principal]. «Fue el comienzo de una relación ininterrumpida que desarrolló durante el resto de su carrera con la Filarmónica de esta ciudad, lo cual resulta notable para un estadounidense, y más aún para un judío, por tratarse de una ciudad aún por entonces conocida por su antisemitismo».
En los últimos capítulos del libro, el autor se centra en algunas de sus obras más importantes y «personales», como Kaddish y Mass, obra que se estrenó el 8 de septiembre de 1971 en el Kennedy Center for the Performing Arts en Washington. También se presta atención a su destacado trabajo como conferenciante en la Universidad de Harvard en 1973. «Lo que sé es que la respuesta es sí», afirmó en una de las conferencias que versaban sobre La pregunta sin respuesta de Charles Ives. Estas conferencias responden a su cargo como profesor de Poesía de la cátedra Charles Eliot Norton, de la que habían disfrutado Stravisnky, Hindemith, Copland, Chávez y Sessions. En sus conferencias en Cambridge, las Norton Lectures, aplicaba las teorías lingüísticas de Noam Chomsky a estructuras musicales tales como acordes, frases, cadencias y formas», una labor que el escritor de la biografía entiende y, con razón, como crucial en la vida de Bernstein, sobre todo porque da cuenta del nivel de análisis que llevaba a efecto a la hora de intentar comprender las partituras que dirigía.
En el plano artístico se califica el «Fidelio con la Ópera Estatal de Viena en el famoso Theater an Der Wien, donde se estrenara aquella ópera en 1805» como «uno de los momentos cumbre de su vida artística, para el cual se había preparado cuidadosamente con sus presentaciones de ese mismo año en Nueva York». En el reparto, Gwyneth Jones y James King.
En 1976 abandona a su esposa Felicia «para intentar vivir como gay. No funcionó y, más o menos por la misa fecha en que estaba tratando de reconciliarse con Felicia, a ella le detectaron un cáncer de pulmón que se alargó durante veinte dolorosos meses, un destino por el que Bernstein se sentía culpable y que marcó el trágico capítulo final de su vida».
En el apartado «Un triste final» se relatan los últimos momentos del matrimonio. «El acuerdo informal al que había llegado la pareja -en virtud del cual Bernstein sostenía relaciones con hombres de los que Felicia no quería saber nada- había funcionado, probablemente con momentos difíciles, durante más de veinte años». Parece que Bernstein estaba enamorado de Tom Cothran y quería vivir con él. «Dejó a Felicia furiosa y frustrada y se fue a California con su amante en agosto y septiembre de 1976». Poco después ya quería reconciliarse con Felicia. «Bernstein y Cothran resultaron ser incompatibles en la esfera doméstica». Felicia muere en junio de 1978 por cáncer de pulmón, tras dos años de lucha. «Bernstein se culpaba por la muerte de ella, tal vez porque su diagnóstico había llegado tan poco después de su separación».
Una de las carencias de la publicación es el análisis de la discografía, así como de la forma de dirigir y entender la interpretación musical de Leonard Bernstein. Hay, sin embargo, pequeñas píldoras relacionadas con ciertos jalones. Así, se nos dice que su principal proyecto de 1981 era su grabación de Tristán e Isolda de Wagner con la Sinfónica de la Radio de Baviera en Múnich, una versión en al que opto por tiempos lentos «como los de las interpretaciones el siglo XIX», nos dice el autor, en una afirmación que no deja de sorprender. Dice el propio Bernstein de este trabajo discográfico: «Mi vida está completa. No me importa lo que suceda después de esto. Es lo más espléndido que he hecho».
La narración de los pormenores de otros importantes trabajos discográficos se nos quedan cortos, como la grabación para la Deutsche Grammophon de West Side Story con Kiri Te Kanawa y José Carreras. «José Carreras, en el papel de Tony, no consiguió disimular su fuerte acento español y el compositor adoptó por momentos tempos lentos y afectados».
La hija mayor, Jamie, apuntó que, tras el fallecimiento de su esposa, «la frecuente mezcla de whisky y Desedrine (una anfetamina) contribuyó a la conducta errática de Bernstein, muy distinta del padre amoroso que ella siempre había conocido. «La poderosa libido de Bernstein no se volvió menos importante para él tras la muerte de su esposa, y al parecer desde ese punto buscó relaciones principalmente con hombres», nos confiesa el autor.
El 23 de diciembre de 1990, Bernstein pareció quedar inconsciente «a causa de un completo agotamiento al terminar dos conciertos preliminares de la Novena de Beethoven en Berlín Oriental y Berlín Occidental. «Fue acaso una primera señal del cáncer y demás enfermedades que habrían de matarlo en menos de diez meses». «No mucho antes de su muerte el 14 de octubre de 1990, la organización de Bernstein anunció su retiro como director de orquesta, alertando al mundo musical de que se hallaba mortalmente enfermo». Fue enterrado en Green-Wood Cemetery en Brooklyn junto a su esposa, Felicia, «la mujer que él amó y la persona que al parecer más logró ayudarlo a enfrentar sus demonios».
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