Por José Amador Morales
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 29-X-2018. Gaetano Donizetti: Lucia di Lammermoor. Leonor Bonilla (Lucia), José Bros (Edgardo), Vitaliy Bilyy (Enrico), Mirco Palazzi (Raimondo), Manuel de Diego (Arturo), María José Suárez (Alisa), Gerardo López (Normanno). Coro de la Asociación Amigos del Teatro de la Maestranza (Iñigo Sampil, director del coro). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Renato Balsadonna, dirección musical. Filippo Sanjust, dirección escénica. Producción de la Deutsche Oper Berlin.
El comienzo de la presente temporada lírica del Teatro de la Maestranza (excepción hecha del recital de Juan Diego Flórez apenas tres semanas antes, bien que con cargo a una entidad privada), ha vuelto a traer uno de los títulos belcantistas por excelencia de todo el repertorio. No en vano esta Lucia di Lammermoor hace acto de presencia en lo que es su tercera producción en la historia del coliseo sevillano (recordemos, inaugurado en 1991). A las protagonizadas por Kathleen Cassello y Alfredo Kraus en 1997 (una de las últimas actuaciones del inolvidable tenor canario en una ópera completa) y por Mariola Cantarero y Stephen Costello en 2012, ha sucedido la que ahora comentamos con Leonor Bonilla y José Bros.
La añeja producción de la Deutsche Oper Berlin que ideara Filipppo Santjust hace cuatro décadas ha sido dirigida en esta ocasión por Gerlinde Pelkowski. Desde luego, contemplada a día de hoy posee un inevitable aire naif, retro (o vintage como ahora está de moda decir ahora) y nos traslada a aquellas propuestas escénicas en las que el objetivo principal no era desenterrar ninguna pretendida intrahistoria, oculta ideología o sesudos símbolos erótico-antropológicos tras el argumento principal; eso sí, abunda el atrezzo de cartón-piedra, la iluminación de candilejas al borde del escenario y abundante pintura hiperromántica, destacando la del bello telón permanente. Al margen de ello, aquí rozó lo grotesco el carnavalesco vestuario de función de fin de curso y, especialmente, la anodina dirección de actores.
Sobre esto destacó la dirección musical de Renato Balsadonna quien acertó con una presencia orquestal imponente, rescatando el protagonismo que la orquesta posee en esta partitura (contra lo que parece ser la moda de un sonido orquestal anodino y expresivamente insípido en el repertorio belcantista en general y de Donizetti en particular) e imprimiendo a la Sinfónica de Sevilla (también al coro) una intensidad y tensión realmente convenientes. Tal vez algunos efectos agógicos, como los puntuales rallentandi, casi siempre en las cadencias conclusivas, no siempre resultaron musicales.
Esperábamos con extremado interés el debut de Leonor Bonilla como Lucia en lo que ha sido su primer rol protagónico en el escenario lírico de su ciudad. Desde luego los que hemos seguido sus actuaciones nacionales durante los últimos tres años, hemos venido comprobando que la soprano sevillana poseía un talento canoro y una capacidad para sorprender evidente incluso desde la humildad de roles como los «pastores» en la Tosca pucciniana (Sevilla, Jerez), la Giannetta de L’elsir d’amore (Sevilla), la soprano solista de los Carmina Burana (Sevilla) o –ya palabras mayores– la fantástica Marina de Arrieta que ofreció en el Teatro de la Zarzuela o la Condesa de Folleville de Il viaggio a Reims del Liceo barcelonés. No obstante, al abordar esta Lucia di Lammermoor donizettiana se sometía a toda una prueba de fuego pues aquí su parte ofrece dificultades por doquier a la hora de una interpretación mínimamente plausible tanto a nivel meramente vocal como expresivo y escénico. Por no hablar del omnipresente e inevitable riesgo de agravio comparativo con respecto a tantas y tantas insignes predecesoras que lo han abordado.
Pues bien, Leonor Bonilla ha superado con creces todas las expectativas con esta Lucia a todas luces sobresaliente. Ciertamente estaban ahí la materia prima, con ese timbre bellísimo al tiempo que personal, y la imponente técnica; pero sobre todo ello ha destacado la enorme inteligencia con la que ha sabido poner todo ello al servicio de una interpretación de gran altura y estilísticamente incuestionable. La exquisita línea de canto, los filados y reguladores distribuidos con tanta generosidad como eficacia, la contundente proyección de la voz así como los robustos y segurísimos sobreagudos fueron sólo algunas de sus armas canoras. La zona grave, sabiamente trabajada y no sobrecargada, resultó suficiente al igual que el impacto expresivo de su recreación, si bien – y esto es aún más interesante – todavía tiene margen de desarrollo en futuras aproximaciones. Esto último también es aplicable a su actuación sobre el escenario, gestualmente algo recargada (debería de trabajar aquello de que menos es más) si bien la escena de la locura fue particularmente lograda en este sentido. Inolvidable aquí la sección final junto a la flauta solista, rematada con un espectacular y squillantissimo mi bemol (tampoco fue nada baladí el que coronó «Spargi d’amaro pianto» mientras caía desvanecida en un giro sobre sí misma). No es de extrañar que en su inmediata salida posterior a telón bajado, el público sevillano la recibiera con el ineludible delirium tremens.
También fue muy aplaudido José Bros quien ha hecho de Edgardo una de las referencias indudables de su fantástica carrera (quien esto suscribe ha tenido la ocasión de escucharlo en dicho rol hasta en cuatro ocasiones). A despecho de un material no especialmente contundente de partida, el tenor catalán sigue dotando al personaje de un fraseo de muchos quilates, una elegancia en absoluto afectada y, en definitiva, de buen gusto interpretativo. A ello suma ahora, gracias al progresivo ensanche de su registro central, una impresionante introspección expresiva que ha tenido su contrapartida en un agudo duro, tremolante y forzado.
Si Vitaliy Bilyy compuso un Enrico de excelente entrega y presencia vocal, con sorprendente facilidad en la zona aguda, su rudísima línea de canto así como la incomprensible dicción le situaron fuera de órbita estilística. Más bien sucedió al contrario con el Raimondo de Mirco Palazzi, de noble e idiomático fraseo al que le faltó una voz con un punto de mayor proyección y entidad. Fantásticos Manuel de Diego como Arturo y Gerardo López como Normanno.
Foto: Teatro de la Maestranza
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