"Die Walküre" (Staatsoper Berlin, 4/10/12)
ESPECTACULAR "VALQUIRIA"
Simplemente espectacular. Una noche para el recuerdo. Una de esas funciones que se quedan grabadas en la retina para la posteridad. Quizá en realidad no fuera todo tan pluscuamperfecto, pero hay noches en las que surge la magia más allá de la música. Y en esta ocasión se reunían varios ingredientes para que se encendiera esa chispa difícil de exponer con palabras. Desde luego, por Meier, Seiffert, Pape y Barenboim, fue una noche digna de recordarse durante mucho tiempo.
Comencemos, sin embargo, por valorar la producción de Guy Cassiers, parte del Anillo recreado por éste para la Staatsoper de Berlín y para la Scala de Milán. Esta producción para "Die Walküre" pudo verse ya en retransmisión televisiva con motivo de la apertura de la temporada 2010/2011 en la Scala. La propuesta gana vista en directo respecto a las sensaciones que transmitía en video. Se trata de una producción muy plástica, tremendamente visual, que rehuye cambios espacio-temporales y reinterpretaciones arriesgadas. Su dramaturgia es escasa, incluso básica, pero a cambio la iluminación es espléndida y la resolución escenográfica está llena de aciertos. Lo mejor está en un primer acto lleno de claroscuros, misterioso y fascinante. Lo mismo que el bosque de lanzas que da pie al segundo acto. Lo menos logrado quizá sea la escena final (y en general el tercer acto) donde resulta tan complicado epatar sin recurrir al fuego en escena o soluciones semejantes. Una producción convencional, pues, por su concepto, pero bien servida con las tecnologías actuales, en busca de un espectáculo visual eficaz, que acompañe y sirva de telón de fondo a la música, sin más pretensiones.
Al frente del apartado musical se encontraba Barenboim, que comandó a la Staatskapelle de Berlín en busca de un sonido sobresaliente, no hay duda, pero sin llegar a las cotas de genialidad y detalle que alcanza en la dirección de su Tristan. Logró, desde luego, que se escuchase a la orquesta en una gama de intensidades apabullante, desde el susurro casi inaudible pero sutil, en varias escenas del primer acto, al sonido grandioso y encendido de la orquestación wagneriana, por ejemplo en la conocida cabalgata de las walkirias. También se notó alguna entrada algo titubeante del metal o alguna leve descoordinación entre los solistas de viento, pero fue pecata minuta ante el despliegue de sonidos sensacionales durante toda la función.
Vocalmente, ya lo decíamos, fue una noche espléndida. Singularmente en el caso de Peter Seiffert como Siegmund. Es admirable el estado vocal en el que se encuentra este veterano cantante, que vive sin duda una segunda juventud (suena, de hecho, más compacto y resuelto que hace unos diez años). Me atrevería a decir que nadie a día de hoy ofrece, a este mismo nivel sobresaliente, una recreación tan soberbia de los roles de Siegmund, Tannhäuser, Lohengrin y Tristan. Quizá Kaufmann con el tiempo se sitúe en su estela, pero a día de hoy la seguridad y veteranía de Seiffert son un regalo que conviene saborear y reconocer. Y ante tan lozana veteranía, no sorprende pues que Seiffert recrease a la perfección al héroe romántico, al guerrero resuelto, lo mismo que al amante sereno y al joven voluptuoso. Un Siegmund excepcional, sin duda.
Y junto a él estaba una voz ya mítica, la de Waltraud Meier, que acusa el paso del tiempo, sin duda, y por ello el instrumento va mostrando sonidos áridos aquí, notas tirantes allá, pero la voz sigue siendo mágica, como mágica es su presencia en escena, de un magnetismo inexplicable con palabras. Sus gestos, la enorme teatralidad que irradia su rostro, su decir casi transido... Los grandes cantantes, podríamos decir, son aquellos que siguen diciéndolo todo cuando no cantan, con su mera presencia en escena. Así sucedió con su Sieglinde: la sumisión a Hunding, la curiosidad ante Siegmund, la fascinación infantil por su historia, el júbilo casi sexual de su encuentro... Todo eso y más a través de un timbre inconfundible y una inimitable magia en escena. Por todo ello es una interprete histórica y fue una Sieglinde inalcanzable, porque lo que la hace única está ya al margen de su estado vocal, que no obstante sigue siendo espléndido, si tenemos en cuenta la cantidad de décadas que lleva en lo más alto, sin apearse de un repertorio exigentísimo.
El Wotan de Rene Pape es, sin paliativos, impresionante. Se advierte una evidente evolución desde sus primeras incursiones en el rol. La voz, como ya dijimos no hace mucho acerca de su Felipe II, se encuentra en un momento de plenitud absoluta. Da la sensación de que su trabajo con el lied no va encaminado tanto a recrearse en este género, como sí a entrenar su voz para disponer de una mayor ductilidad, de una mayor facilidad para el matiz, la media voz y la expresión del texto. Su larga intervención ante Brünnhilde en el segundo acto fue un ejemplo en este sentido, lleno de dinámicas, subrayando el libreto, puro teatro a través de una voz bajo control. Y todo ello, claro, con su habitual énfasis escénico: sobrecogedor el segundo "Gehe" con el que fulmina a Hunding. Pape además consigue retratar la frustración del todopoderoso entonando sutil, a media voz, el hermoso "da labte süss dich selige Lust..." con el que comienza su separación de Brünnhilde, la renuncia que culmina con los conocidos "adioses" de Wotan, que en la voz de Pape sonaron matizadísimos, respirados con una contención y un fiato ejemplares, casi liederísticos, recreando con ello una despedida llena de amor y amargura. Magnifico y emocionante.
Al comienzo del tercer acto se anuncio que Pape cantaría, aunque algo resfriado desde hacía varios días. Una advertencia que no tiene demasiado sentido de no hacerse al comienzo de la función y que sonó más bien a disculpa anticipada por cualquier tirantez que pudiera observarse en sus intervenciones del tercer acto. Lo cierto es que tanto en sus "adioses" como en la escena previa con Brünnhilde no titubeó en ofrecer una interpretación sobresaliente, sin esconderse. Tan solo algunos ascensos al agudo se advirtieron algo menos desahogados, pero eso es algo que no cabe achacar tanto a su salud puntual como al hecho de que el rol de Wotan se sitúa, en el extremo alto de la partitura, en los limites de la tesitura vocal de Pape. En resumen, pues, un Wotan camino de ser histórico por méritos propios, a la altura de los grandes del pasado. A día de hoy, tanto sólo Brin Terfel (hace unos días en el Covent Garden) y M. Volle (el pasado año en Sevilla, en el Maestranza) recrean un Wotan capaz de plantar batalla al de Pape.
En lugar de Irene Theorin, prevista como Brünnhilde, se anunció la presencia de Catherine Foster, la voz prevista para este rol en la próxima edición del Festival de Bayreuth (también está prevista con este rol en los Anillos de Hamburgo y Amsterdam este mismo año). No está claro si salimos ganando o perdiendo con el cambio, pero fue una ocasión para escuchar a Foster antes de su incursión en la colina wagneriana. La voz es importante, amplia, tiene metal y se proyecta sin titubeos. No escatima recursos para afrontar el agudo, si bien éste a veces resulta algo estridente y abierto. Como interprete le falta madurez, sin duda, y una atención más esmerada al texto, comenzando por una dicción alemana más meticulosa. Así que en términos globales no fue una Brünnhilde espléndida, pero sí cumplió con creces con su cometido en mitad de un reparto lleno de estrellas. Probablemente la madurez interpretativa y el buen estado vocal de I. Theorin (que fue una inmensa Isolde el pasado marzo en Berlín, sustituyendo a Meier), amén del hecho de conocer ya ella de antemano la producción, hubieran deparado una Brünnhilde más completa que la que pudo ofrecer Foster.
Acostumbrados a escuchar a Pape como Hunding, en esta ocasión el rol recaía en el bajo ruso K. Petrenko, dotado de una voz poderosa, amplia y bien timbrada. Se antojaron destacables su presencia escénica y su empeño en matizar un texto que a menudo suena apabullante pero poco teatral en manos de otros bajos. Un acierto pleno para un cartel de tanta altura. Ekaterina Gubanova es una cantante llamada a hacer una gran carrera. Su Fricka fue, simplemente, un lujo, un derroche de medios y de resolución técnica. Cabe esperar que con el tiempo se atreva, y la llamen, para papeles de mayor enjundia, aunque sea siempre un gusto contar con sus "avisos" como Brangäne. Este año, por ejemplo, debutó como Éboli en Amsterdam, rol que va a cantar también en la Staatsoper berlinesa y en la Scala. Con mesura, poco a poco, puede ser una enorme wagneriana y una mezzo de referencia.
El grupo de walkirias no pasó de lo correcto, intuyéndose quizá un par de voces algo por debajo de lo esperable para esta producción. En conjunto, por tanto, una gran noche de ópera, de esas que hacen salir al espectador conmovido y confuso, como dudando entre la vigilia y el sueño, casi pellizcándose para saber si lo que ha visto es real. Pero así es la ópera, un arte efímero que amalgama la magia y la realidad una y otra vez para sorprendernos y emocionarnos.
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