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Crítica: Krystian Zimerman y Grzegorz Nowak bordan la 'Segunda sinfonía' de Bernstein en el ciclo de la Fundación Excelentia

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
15 de noviembre de 2017

"Un concierto que se ha revelado como uno de los momentos cumbre de la temporada musical madrileña hasta la fecha"

SOBERBIO

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. 9-XII-2017. Auditorio Duques de Pastrana. . Ciclo el universo del piano de la Fundación Excelentia. Krystian Zimerman, piano. Orquesta Clásica Santa Cecilia. Director musical, Grzegorz Nowak. Sinfonía nº 2 “Theage of Anxiety – La edad de la ansiedad” de Leonard Bernstein. Sinfonía nº 6 de Piotr Ilich Tchaikovsky.

   A veces, en el lugar más insospechado, salta la liebre. Y lamentablemente, muy pocos aficionados madrileños debían confiar en esa liebre, o al menos eso podemos deducirde la escasa presencia de público (no sé si porque el recinto elegido aun no es conocido por muchos melómanos de la capital, por el precio o porque estábamos en mitad del Puente de la Constitución) en un concierto que se ha revelado como uno de los momentos cumbre de la temporada musical madrileña hasta la fecha. Un concierto del que los pocos que asistimos seguiremos hablando dentro de bastante tiempo. Un tanto sin duda del que la Fundación Excelentia podrá sacar pecho.

   El programa prometía desde su anuncio, ya que emparejaba a dos de las personalidades musicales más interesantes y arrolladoras del último siglo: el gran pianista Krystian Zimerman y el mítico Leonard Bernstein. El polaco volvía su mirada hacia una obra -la segunda sinfonía del americano- que interpretó en muchas ocasiones al principio de su carrera en los años 80, pero en la que hace tiempo que no le veíamos. Una obra que tuvo la suerte de aprender junto a su autor y que interpretaron conjuntamente en muchas ocasiones con orquestas como la Sinfónica de Londres, la Filarmónica de Nueva York, laSinfónica de Boston o la Filarmónica de Israel. Ahora vuelve a ella en el centenario del nacimiento de Lenny y la interpretará entre otros, con Sir Simon Rattle y la Filarmónica de Berlín el próximo mes de junio.

   Del americano se ha dicho y se ha escrito todo. Poseedor de una de las personalidades musicales más arrolladoras y temperamentales del S.XX, pianista, pedagogo, compositor y enorme director al que muchos ningunearon como advenedizo no solo en Europa - ¡que nos va a enseñar un yanqui en esto de la música a nosotros los europeos, que descendemos directamente de la pata del Cid! – sino en su propio país – durante años fue muy conocida y debatida la inquina y animadversión con que fue tratado por eminentes críticos neoyorquinos – y a quien sin embargo, el público por un lado y el propio tiempo por otro, han elevado a la categoría de mito. Sus grabaciones parece que siguen ganando en cada escucha y son de una naturalidad y una intensidad apabullantes. Podremos discutir mucho sobre ellas, pero te atrapan como pocas.

   Uno de sus mayores pesares sin duda, y máxime en una persona que lo logró todo, fue su falta de reconocimiento como compositor. Al igual que su admirado Gustav Mahler, su modelo a seguir, no le valía con ser uno de los directores más grandes de su tiempo. Su actividad compositiva fue regular a lo largo de su vida, aunque focalizándose sobre todo en el inicio y en el fin de su carrera. Tuvo éxitos memorables como “West Side Story” o “Candide”, aunque otras de sus obras son más apreciadas por los músicos que por el público. El fracaso de su última ópera, “A quiet place”, estrenada en Houston en 1983 le sumió en la penumbra y a partir de ahí, compuso muy poco. Siempre le quedó la idea de que quizás tambiénen su caso “su tiempo llegará”.

   Su Segunda sinfonía “The age of anxiety” está basada en el poema del mismo nombre del inglés Wystan H. Auden. Fue compuesta entre 1948 y 1949 y se la dedicó a SergeKoussevitzky, quien la estrenó en Boston en 1949. El propio Bernstein decía que “cada obra que escribo, sea cual sea el medio, es de alguna manera teatro musical”. Y esta obra la tiene. Hay un continuo intercambio de impresiones entre instrumentos, no solo entre el piano y la orquesta, sino entre los propios instrumentos, un poco a la manera del “Concierto para orquesta” de BelaBartok. Las referencias al poema de Auden están por todas partes, aunque influidas esencialmente por la religión judía. Y la presencia del piano emerge de una manera autobiográfica, como si Bernstein nos contara su propia historia. El enorme nivel de dificultad de la parte del piano no sería por tanto virtuosismo per sé, sino un reflejo del nivel de virtuosismo lingüístico que Auden manifiesta en su poema.

   Siguiendo el argumento, el representante de Bernstein fue Krystian Zimerman. El polaco demostró estar en un nivel de madurez impresionante. En sus primeros pasos en los años 80 nos cautivaba con su facilidad para “contarnos cosas” con un nivel técnico insultante y  una ejecución poderosa, rica en matices y en sonido, todo ello lleno de una enorme musicalidad y un rigor de primer orden. Con los añosfue sumando un enorme sentido del color –nadie de los que asistimos a su integral de los Preludios de Debussy, a finales de 1990 los hemos olvidado-. Ahora, sin perder lo anterior, nos atrae con un nivel de madurez y serenidad fuera de toda duda. Particularmente siempre me ha deslumbrado el Zimerman con orquesta gracias a esa increíble capacidad para hacer música con otros músicos, que muchos grandes pianistas no han tenido. A su Tercero de Bartok con la Sinfónica de Galicia y Victor Pablo, y a su increíble versión del Concierto de Witold Lutoslawski con Jansons y el Concertgebouw, se sumará esta suerte de más difícil todavía que consiguió el sábado.

   La orquesta tocó como pocas veces. Demostró que el nivel musical se puede elevar de manera abismal con muchos ensayos y el hipnotismo que un artista de este calibre suele ejercer en los músicos. Dicho de otra manera, es “relativamente” fácil hacer una versión increíble de un concierto con la Orquesta del Concertgebouw o con la Filarmónica de Berlín. Pero aun es más milagroso, conseguir que una orquesta como la Santa Cecilia, lo pareciera por momentos (algo similar a lo que vimos hace unos años con Lorin Maazel y la ORCAM en “El martirio de San Sebastian”). Y es que Zimerman galvanizó todo a su alrededor. Desde los compases iniciales del prólogo donde los clarinetes frasearon de primera, como a través de todas las variaciones. En la inicial predominó la serenidad mientras que en la segunda, Zimerman subió la intensidad. El director Grzegorz Nowak contribuyó dibujando unos preciosos arcos de orquesta en la tercera, y a continuación, en la cuarta y en la quinta Zimerman nos llevó a esa especie de juego de niños, de un virtuosismo complejo, deudor a partes iguales de Ravel y de Shostakovich, donde nos atrapó de manera inmisericorde.El vals de la novena variación fue sencillamente perfecto y de ahí hasta el final de la primera parte todo fue “in crescendo”, con un rigor y un control de la pulsación realmente admirable, dentro de un discurso musical claro, natural y atractivo.

La segunda parte fue mejor si cabe. El misterioso arranque y el “viaje en taxi a casa de la chica para tomar unas copas” fueron expuestos de manera magistral e hipnótica por el polaco, para llegar al momento culminante de la obra “The masque”, un auténtico “subconcierto” jazzístico, donde lejos de lo que podría pensarse, el Sr. Zimerman estuvo muy a gusto. En el epílogo volvió esa excelsa capacidad de construcción que nos absorbía cada vez más y que desemboca en la fase de tranquilidad final donde su capacidad para jugar con las teclas nos dio momentos sonoros de muchos quilates. Con músicos y público con el corazón en un puño, GrzegorzNowakconstruyó una coda lenta e intensa, donde los músicos dieron todo lo que les quedaba. Con el último acorde del piano y el posterior crescendo final, pudimos por fin descargar la tensión acumulada en esta soberbia interpretación que ninguno olvidaremos.

No es mi intención enmendar la plana a los programadores, pero tras una interpretación así, MÚSICA con mayúsculas, ya no había lugar para más. El concierto debía terminar aquí. Quizás hubiera sido mejor haber cambiado el orden de las obras y haber tocado la Sinfonía Patética en la primera parte. En cualquier caso, un pequeño reparo ante la grandeza de una velada inolvidable.

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