Die Frau ohne Schatten (Richard Strauss). Bayerische Staatsoper, 28/11/13
Pocas obras requieren un equipo tan solvente para su puesta en escena como La mujer sin sombra de Strauss. Tanto por la batuta como por las voces, y también por el foso, estamos ante una de las empresas más ambiciosas que puede emprender un teatro. La Ópera de Múnich es uno de los teatros más solventes y profesionales del mundo y, para inaugurar la temporada en la que se cumplen los 50 años de su reapertura tras la Segunda Guerra Mundial, han querido apostar fuerte, reuniendo precisamente a un equipo de primerísimo nivel. El interés de esta producción era todavía mayor si tenemos en cuenta que suponía el estreno en el foso bávaro del nuevo director titular de la casa, Kirill Petrenko. Y lo cierto es que ha triunfado haciendo gala de un estilo de los que hacen época, transparente, claro, nítido, firme. Pocas veces se escucha una música tan tumultuosa y densa como la de este Strauss con una disección tan clara y tan natural, sin rastro de demoras analíticas que penalicen su teatralidad. Su batuta supo contraponer con espléndida soltura el sonido casi camerístico de las escenas en palacio con la música contundente y vibrante que preside las páginas en casa del tintorero. Petrenko sabe además escuchar a los cantantes y construye con ellos una arquitectura común, perfectamente empastada. En conjunto pues una labor casi referencial y muy clasificadora desde el foso, a la altura sin duda de las míticas representaciones que ese mismo teatro viviera en 1963 con Joseph Keilberth en la dirección musical y las voces de gigantes como Fischer-Dieskau, Mödl o Borkh. Cabe destacar también que se ofreciera en esta ocasión una versión prácticamente íntegra, recuperando el largo monólogo de la Emperatriz en el acto segundo, en un complejo declamado, o el intenso terceto entre la Nodriza y la pareja de tintoreros del tercer acto.
Entre las voces ninguna estuvo a la altura colosal e insultante de la soprano canadiense Adrianne Pieczonka como la Emperatriz. No sólo resolvió su larga e intrincada parte con probada solvencia sino que compuso un personaje de una expresividad sublime. Sin excesos, a base de canto, transitó uno a uno por los distintos estados de ánimo de su personaje, coronando cada una de sus intervenciones con una brillantez vocal de las que apabullan, radiante y teatral. Ya habíamos disfrutado de su magisterio con el rol en Viena hace dos años y volvió a demostrarnos que está en un momento dulce de su carrera y que su empatía con este personaje es especial.
El barítono Wolfgang Koch y la soprano Elena Pankratova encarnaban a la pareja del tintorero y su esposa. Él ofrece un timbre ideal, aunque algo opaco y mate, y desarrolla el texto con intención, si bien lejos de lograr las cotas de lirismo que residen en esta partitura. Pankratova, por su parte, dispuso un material exultante, de una fuerza arrolladora, pero algo desmandado y dramáticamente menos contrastado de lo que debiera, por mucho que se plegase, que lo hizo, a las indicaciones de Warlikowski. El resto del reparto lo componía un muy solvente equipo de voces habituales en Múnich, la mayor parte jóvenes residentes en el teatro. Cabe destacar de entre todas ellas el material suntuoso y atractivo de Olga von Der Damerau y el instrumento firme de Sebastian Holecek.
Si Petrenko a la batuta era uno de los grandes alicientes de la producción, el otro, amén del reparto, era la presencia de Warlikowski al mando de la dirección escénica. Su trabajo fue aclamado con efusión en el estreno. Nosotros, sin embargo, reconociéndole muchos méritos, estamos lejos de compartir tanto entusiasmo. Sobre todo porque Warlikowski sugiere en demasía, sin concretar apenas. A veces se diría que quiere plantear su dirección en una clave psicoanalítica muy bien traída a colación, aunque algo reiterativa, porque ya Carsen la exploraba en su producción vienesa con excelentes resultados. En otras ocasiones parece querer reflexionar, sin un rumbo claro, acerca de la consolidación de los iconos masculino y femenino, con sus límites paradójicos y sus conflictos. La propuesta de Warlikowski es en este sentido demasiado enigmática, demasiado alegórica, y por ende menos teatral de lo que debiera ser a nuestro entender. La acción, de hecho, se resiente a veces de estos planteamientos tan sugerentes pero tan poco operativos. No es fácil acertar con la escenificación de esta partitura y la proliferación de producciones para este título en la última década (Salzburgo, Scala, Viena, Florencia, Londres...) parece dar cuenta de esta doble circunstancia: su interés por un lado, su dificultad por otro. Warlikowski suma con este trabajo una propuesta sugerente pero problemática.
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