Por María Encina Cortizo | @marcorti
Venecia. 17-VI-2017. Teatro La Fenice. Furio Zanasi, Lucille Richardot, Hana Blažíková, Krystian Adam, Francisco Fernandez Rueda, Robert Burt, Zachary Wilder, Anna Dennis, John Taylor Ward, Francesca Boncompagni, Silvia Frigato, Carlo Vistoli, Gianluca Buratto, Michal Czerniawski, Gareth Treseder. The Monteverdi Choir. English Baroque Soloists. Dirección musical: John Eliot Gardiner. Dirección escénica: Elsa Rooke/John Eliot Gardiner.
Venecia no podía permanecer al margen de la celebración del 450 aniversario del nacimiento de Claudio Monteverdi (1567-1643), uno de los compositores más importantes de la historia, bisagra imprescindible entre el Renacimiento y el Barroco, cuya creación explica el origen de muchas cosas en la historia de la música occidental. “Il Divino Claudio” trabajó en la ciudad de los canales en los últimos treinta años de su vida, a partir de octubre de 1613, cuando asumió el ambicioso cargo de Maestro de Capella de la Basílica di San Marcos, sucediendo en el mismo amúsicos tan ilustres como Andrea y Giovanni Gabrielli, Adrian Willaert, Cipriano di Rore o Giosefo Zarlino.
Sir John Eliot Gardiner, al que debemos agradecer su amplia dedicación a la música barroca -imprescindible es ya su maravilloso trabajo sobre Bach, La música en el castillo del cielo-, y en concreto a Monteverdi, uno de los compositores de referencia en su catálogo interpretativo, ha hecho posible “il ritorno” de Monteverdi a Venecia, incluyendo La Fénice entre los destinos de su gira “Monteverdi 450”.
Il ritorno d’Ulisse in patria, estrenada en Venecia durante la temporada de Carnaval de 1639-40, volvió a sus orígenes, sonando de nuevo entre los canales esta vez en una cuidada propuesta musical controlada al detalle por Gardiner, autor, junto con el cembalista Paolo Zanzu, de la versión musical que se propone. El espectáculo opta por una propuesta semiescenificada, jugando con la ayuda de luminotecnia y vestuario. Ocupando el escenario, encontramos el amplio grupo instrumental, dividido en dos secciones, cada una de ellas con un cembalo y un órgano. En primera fila, tanto en el grupo de la derecha como en el de la izquierda, próximos al director, que está en el mismo centro de la escena, los instrumentos del continuo, muchos y variados –desde viola de gamba, chelo y contrabajo, al arpa, los laúdes, tiorbas y guitarras-. Tras ellos, a la derecha del espectador, los vientos -dos flautas de pico, un bajón y dos cornetas-, y, a la izquierda, diez violines en dos filas. El empaste y equilibrio del sonido revelan lo acertado de la ubicación instrumental, siempre jugando con el contraste tímbrico y la orquestación acumulativa de Praetorius que Monteverdi llevó a sus máximas consecuencias.
Frente al estable grupo instrumental, los cantantes salen y entran de bambalinas, representando la fábula homérica, moviéndose con sorprendente seguridad sobre el sonido orquestal, a pesar de cantar, casi siempre delante del director, sin poder seguir su mano segura. La fluidez es completa.
Las voces que Gardiner ha seleccionado coinciden en su capacidad expresiva, su dominio de la gorgia, la mesa di voce y el stilo rappresentativo monteverdiano, cantando siempre de forma expresiva, a favor de la inteligibilidad del texto. El vibrato natural de todas ellas permite el empaste perfecto y la afinación exacta de cada nota. Destacado papel tuvieron los intérpretes de la pareja protagonista, el veterano Furio Zanasi como Ulises y la mezzo de voz aterciopelada y profunda, Lucile Richardot como Penélope, acompañados de la noble voz del tenor español Francisco Fernández Rueda como el fiel Eumete. También destacaron de entre los pretendientes al trono de Ítaca, el bajo de voz hermosa y profunda Gianluca Buratto y el Grotesco Iro de Robert Burt.
Lugar aparte merece el Monteverdi Choir, pilar junto con la orquesta de la propuesta. Como es bien sabido, los coros madrigalísticos que tanto espacio ocupan en L’Orfeo, reducen notablemente su espacio en las óperas venecianas del músico cremonense. En sus escasas intervenciones en Il Ritorno, el coro fue un modelo de empaste, color, afinación y nobleza sonora, características por las que se mantiene como referente mundial para este repertorio.
Sólo añadir que a pesar de la excelencia alcanzado en lo musical, la parte escénica resulta escasa, efectiva pero escasa, y no ayuda a seguir la peripecia dramática, cuando, además, como es habitual, algunos cantantes interpretan más de un personaje. Sin embargo, entendemos que esta solución semiescénica contribuye a desarrollar una gira en doce países, que culminará en octubre próximo en Nueva York, tras haber pasado por Barcelona, Aix en Provence, Bristol, Salzburgo, Edimburgo, Lucerna, Berlín, Bratislava, París y Chicago.
Excelente Ritorno, que evidencia una vez más la genialidad de un compositor que debería tener mucha más presencia en las programaciones europeas, y cuyo aniversario merecería mayor repercusión en los medios culturales de nuestro mundo occidental.
Compartir