Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 26/08/2015. Ópera de Oviedo. Wagner, La valquiria. Stuart Skelton, Liang Li, Tómas Tómasson, Nicola Beller Carbone, Elisabete Matos, Michelle Breedt, Isabella Gaudí, Raquel Lojendio, Sandra Ferrández, María Luisa Corbacho, Maribel Ortega, Marina Pardo, Anna Alàs i Jové y Marina Pinchuk. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Dirección de escena, escenografía y vestuario: Michal Znaniecki. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias.
La Temporada de Ópera de Oviedo dio comienzo el jueves con una ópera inédita hasta la fecha en el Campoamor, La valquiria, de Wagner, título muy difícil de producir por su longitud y complejidad musical y segundo de la Tetralogía wagneriana que la entidad tiene previsto completar en sucesivos años, esperemos que siempre de la mano de Guillermo García Calvo, quien ya había dirigido en el mismo teatro con brillantez Tristán y El oro del Rin y que en la larga noche del estreno volvió a demostrar que es un gran director wagneriano.
García Calvo vive desde hace años en Viena, donde trabaja con frecuencia en la Staatsoper, entidad en la que ha dirigido 200 funciones hasta la fecha. En los últimos años, su trabajo ha protagonizado importantes éxitos en nuestro país. Uno de los más llamativos ha sido en el Teatro de la Zarzuela, con Curro Vargas, pero creo que no me equivoco si afirmo que su relación artística más afortunada ha tenido más que ver con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y el Teatro Campoamor. Es en Oviedo donde dirigió su primera producción operística en España y donde su trabajo con Wagner está alcanzando notoriedad de heldendirector.
Las relaciones entre los directores y las orquestas darían para escribir mil libros. A veces un gran maestro no termina de entenderse con la entidad por mucho talento que posea. No sólo influye su calidad artística objetiva. En los últimos años hemos visto pasar por la temporada de la OSPA un número considerable de directores, algunos de calidad contrastada que, sin embargo, no terminaron de extraer lo mejor de los músicos. García Calvo sí ha conseguido establecer de forma natural una especie de idilio artístico con la Sinfónica del Principado de Asturias.
La OSPA es un conjunto con potencial cuyas prestaciones mejoran mucho dependiendo de quién esté encima de la tarima. En algunos momentos de esta Valquiria fueron evidentes puntuales fallos instrumentales, algunos derivados de la fatiga de los músicos al final de la ópera, pero sería del todo injusto prestar demasiada atención a lo menos llamativo de la representación, cuando en general la participación de la orquesta resultó edificante y emotiva ante una obra muy difícil de tocar, que siempre se interpretó dentro de un considerable nivel artístico, a pesar de que la acústica un tanto seca del Campoamor no sea la mejor para potenciar esta música. Desde la primera nota la intencionalidad del discurso del director y el sonido de la orquesta resultaron atractivos y puramente wagnerianos. La música surgió del interior del foso dando la sensación de un orden y trabajo de fondo esforzados y saludables, que permitieron a la OSPA ofrecer una sonoridad densa y tonificada, de líneas tersas y musculadas, muy apropiadas para expresar adecuadamente esta obra. El marco sonoro de la representación resultó por ello estimulante, y dejó momentos de singular atractivo, acompañando y también de manera independiente.
Uno de los más bellos, podemos decir que inolvidable, llegó con la participación de Stuart Skelton, que ofreció una espectacular recreación del personaje de Siegmund. La emisión de sus “Wälse” en el primer acto dejaron uno de los momentos musicales más brillantes de los últimos años en la temporada, acompañamiento orquestal incluido. La sonoridad del foso arropó de manera cálida y equilibrada la voz del tenor hasta lograr obtener el instante memorable de la función. Liang Li (Hunding) dejó constancia de una voz de singular atractivo, que podría haber templado mejor pero que resonó en su justa medida en color y presencia. Tómas Tómasson volvió a cantar el papel de Wotan tras su participación en El oro del Rin de hace dos años. Dibujó un Wotan elegante, al que no le habría venido mal algo más de presencia en el registro grave y una declamación más intensa dramáticamente.
Fue muy aplaudida la Siegliende de Nicola Beller Carbone, artista de gran talento que tuvo que esforzarse para hacerse oír y estar a la altura interpretativa del papel, que cantó de manera brillante. Con sus virtudes y defectos, se mostraron a la altura de las exigencias líricas de sus personajes Elisabete Matos (Brünnhilde) y Michelle Breedt (Fricka), con una presencia vocal menos marcada en este segundo caso. Fue un auténtico privilegio para la producción contar con la soprano Raquel Lojendio para el papel de Ortlinde, un detalle que sirve para mostrar el alto nivel lírico de la velada. Ojalá podamos verla en el futuro haciendo papeles protagonistas en el Campoamor. Junto a Isabella Gaudí (Gerhilde), Sandra Ferrández (Waltraute), María Luisa Corbacho (Schwertleite), Maribel Ortega (Helmwige), Marina Pardo (Siegrune), Anna Alàs i Jové (Grimgerde) y Marina Pinchuk (Rossweisse) realizaron un gran trabajo lírico al principio del tercer acto, en el que sus voces sonaron notablemente empastadas y llenas de intención puestas al servicio de las valquirias.
La dirección de escena, escenografía y vestuario fueron de Michal Znaniecki, quien ya lo hiciera en El oro del Rin en 2013. Znaniecki volvió a utilizar la técnica del video mapping para dotar a la producción de un imaginario abstracto que no fue mal con la dramaturgia. Las proyecciones dejaron dos momentos especialmente conseguidos, la aparición de Brünnhilde a Siegmund y el final de la obra, que resultó ciertamente bello. Las ideas que se introdujeron, asociadas al juego (el dominó) y los niños nos parecieron forzadas y creemos que no contribuyeron a enriquecer la obra sino a distraerla. Tampoco resultaron apropiados algunos gestos, como la manera de salir de escena de los protagonistas al final del primer acto o el grito de Sieglinde asociado a la espada. Una gran espada a medio camino entre Damocles y una cruz, dotó de singular presencia física y simbólica al espacio pero poco más. Ni el vestuario ni la forma en la que se mostraron escénicamente los gestos de poder de la lanza de Wotan nos parecieron estar a la altura del alto nivel artístico de la versión musical.
Fotografía: Facebook de la Ópera de Oviedo
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