Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 19/III/16. Teatro Campoamor. 10ª edición de los Premios Líricos Teatro Campoamor.
Lo más importante de unos premios son los premiados. Parece una afirmación evidente pero que no resulta fácil de comprender para los organizadores de los Premios Líricos Teatro Campoamor ni para el director de escena que se ha encargado de diseñar la edición de este año. Es increíble pensar que sobre el escenario pueda haber algo más excepcional que las voces de Gregory Kunde, Bryn Terfel y la figura auténticamente mágica de Fiorenza Cossotto. Tan solo hay que enmarcar el acto con elegancia y belleza, y mantener el foco en los verdaderos protagonistas de la velada.
Joan Font se acerca a lo lírico como tantos otros directores de escena acostumbrados a la comedia del arte y lo teatral. Y la ópera, la lírica, ni es así ni necesita de estas introspecciones que, no pocas veces, resultan sobreactuadas y molestan, o se acercan al género desajustándolo o aportando simbolismos excéntricos que no siempre se ven de un vistazo por falta de perspectiva del autor e incluso del público. Hablo en general.
Ver el rostro de Gregory Kunde, hombre y artista realmente admirable donde los haya, metido en un carrito de supermercado, de esos de metal, frío y sin alma, en los que cabe un prosaico tetra brik, si lo piensan puede llegar a ser una imagen menos elegante de lo que toca. Si se acepta todo, entonces vale, pero si vivimos para pensar las cosas y encontrarles un sentido, ver la cara de la soprano Ruth Iniesta acompañando a una bandeja de manzanas verdes, nos pareció envolver a esta destacada cantante revelación en un frescor inadecuado y algo perverso.
Pues sí, la comida fue importante para el director de escena, la pastelería en concreto. Se incluyó en el espectáculo a dos cocineros (el pastelero Jacinto Rama y su ayudante), seguramente para contextualizar la tarta que se presentó al final y que sirvió para festejar el 10 aniversario de los premios. Un hecho demasiado forzado, con extremo protagonismo y sin venir a colación con lo que realmente se estaba cocinando: una gala de premios líricos.
Con Kitchen Aid incluida, se mezcló lo culinario con la magia del circo, lo que dejó ver algunos atractivos números acrobáticos y de magia que estuvieron bien si no fuera porque tenían a los artistas esperando a recibir su galardón, cuando ellos debían de haber sido el principal centro de atención. Todo ello aletargó la función. No puede ser que Ruth Iniesta tuviera que llevarse ella misma del escenario el carrito en el que tan lentamente le habían traído la estatuilla. Hay que alabar el gran trabajo que hicieron los artistas de circo Albert Ubach, Requel Ferri y el mago Raúl Rodríguez Alegría.
Después está el asunto de dejar hablar o no a los galardonados. Habló, curiosamente, una de las que no estuvieron, Joyce Didonato –a través de una grabación- y, de los que sí vinieron, sólo dijo unas palabras Fiorenza Cossoto, de manera entrañable, natural y grandiosa. Sería bueno que los artistas hicieran siempre su discurso salvo excepción. Es lo mejor de una entrega de premios.
En el mundo de la ópera sucede a veces que lo claro y evidente se ha visto sustituido por la búsqueda de lo oscuro y rebuscado. Hay directores de orquesta dispuestos a poner a una soprano al final del escenario aunque no se la oiga para respetar la escena mientras intenta explicar a la orquesta con gesto misterioso el sentido de las ondas gravitatorias en la música de las esferas. Y así se le dio el premio a la discreta producción de El castillo de Barbazul de Bartók del Teatro Campoamor de Oviedo. También porque la ciudad que hace los galardones rinde tributo a sí misma de vez en cuando, para que no parezca que se hacen las cosas mal. Y después nos preguntamos por qué la ópera y la música, la verdadera, la mal denominada "clásica" se está muriendo. No recogió el galardón el presidente de Ópera de Oviedo, Jaime Martínez, sino su vicepresidente, Juan García-Conde Noriega, la persona que todo indica le relevará al frente de la entidad.
Lo mejor de la velada fue la magia aportada por tres artistas: Gregory Kunde, Bryn Terfel y la propia Fiorenza Cossotto, que no cantó pero que habló con la más sublime de las retóricas. Gregory Kunde es un caso excepcional y realmente admirable del contexto lírico actual. No sabemos ya como rendirnos al arte de este intérprete grandioso que además desprende generosidad y humanidad en cada nota. Interpretó la famosa Vesti la giubba de la ópera Pagliacci, de Leoncavallo, con magistral estilo y acierto dramático. La forma en la que Marzio Conti acompañó el fragmento al frente de la Oviedo Filarmonía nos pareció una falta de respeto hacia el tenor y la música. No se puede acompañar así una partitura y voz tan bellas. Lo más interesante que aportaron director y orquesta fue el comienzo de la velada, con la Obertura de Candide, de Bernstein. Tampoco se acompañó mal en lo rítmico a Ruth Iniesta. El resto de intervenciones nos parecieron discretas, con la orquesta destemplada con frecuencia.
El momento más emotivo de la noche lo dejó Bryn Terfel, que recién llegado en avión interpretó dos piezas, muy bien acompañado al piano por Irene Alfageme. Destacó la segunda, My Little Welsh Home, de William Stanley Gwynn Williams, preciosa versión, magistralmente resuelta vocal y dramáticamente, en la que el barítono galés parecía añorar los paisajes de su hogar.
La gala estuvo presentada con destreza y desparpajo por Borja Quiza y Silvia Vázquez. En general estuvo mejor él que ella, cantando y actuando. Creemos que no termina de funcionar del todo que los presentadores tengan tanto protagonismo lírico, sobre todo en una gala en la que el nivel es tan alto y los premiados son otros. Silvia Vázquez mostró su bonita aunque pequeña voz y solventes recursos, que puso a prueba en la dificilísima pieza Ombra leggera, de la ópera Dinorah de Meyerbeer, una elección demasiado arriesgada en nuestra opinión, pues no se trata sólo de demostrar que se pueden dar bien las notas y afinadas, que además se dieron con gran dificultad, sino de cantar bien. Creemos que sus cualidades se habrían mostrado mejor y más ajustadas en un repertorio diferente y más sencillo. El público recompensó con aplausos una participación tensa pero meritoria.
Ruth Iniesta se mostró exultante en su participación, exhibiendo el arrollador talento escénico a que nos tiene acostumbrados. También eligió una obra complicada: "Je suis Titania la blonde" de la Mignon de Ambroise Thomas, de la que salió airosa actuando y cantando, lo que ya dice mucho de su elevado nivel artístico. Iniesta ha sido una verdadera revelación para la temporada y hay que estar pendiente de su evolución vocal que, en nuestra opinión, debería tender hacia un mayor serenidad y refinamiento lírico y una seguridad técnica más desahogada.
En general creemos que las mujeres estuvieron menos acertadas eligiendo repertorio que los hombres. Nicola Beller Carbone, premiada como Mejor cantante de ópera española o zarzuela, sorprendió con una refinada versión de “Es gibt ein Reich” de Strauss y la simpática “Ah! Quel diner je viens de faire”, de Offenbach. Creemos que hubiera sido más adecuado algo en español.
Tampoco se presentaron a recoger el premio Laurent Pelly ni Michel Plasson, este último por motivos de salud, ya que según se informó durante la gala sufrió recientemente un accidente en el que se rompió un brazo y una pierna.
El Coro Capilla Polifónica hizo un gran trabajo durante toda la noche, en obras de verdadero carácter que dieron la medida del gran avance artístico que ha tenido este conjunto de un tiempo a esta parte.
El final de la gala estuvo muy bien, con los galardonados cantando el célebre brindis de La traviata y festejando los diez años de los Premios. Es una bonita tradición que sería bueno mantener, incluida la lluvia de estrellas sobre el público porque, ¿a quién no le gusta sentirse estrella siquiera por un día?
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