Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 14-V-2019, Teatro de la Zarzuela. Doña Francisquita (Amadeo Vives). Sabina Puértolas (Doña Francisquita), Ismael Jordi (Fernando), Ana Ibarra (Aurora, la Beltrana), Vicenç Esteve (Cardona), María José Suárez (Doña Francisca), Santos Ariño (Don Matías), Antonio Torres (Lorenzo Pérez), Graciela Moncloa (Irene, la de Pinto), Gonzalo de Castro (narrador). Lucero Tena (castañuelas). Rondalla lírica “Manuel Gil”. Coro y Orquesta titulares del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Óliver Díaz. Dirección de escena y adaptación del texto: Lluis Pasqual.
Se está convirtiendo en algo habitual en los espectáculos que ofrece el Teatro de la Zarzuela leer debajo del anuncio de la obra a representar y su compositor y a continuación de los autores del libreto, el texto «adaptación de…» o «adaptación libre de…». Entre las competencias y obligaciones del Teatro de la Zarzuela está la preservación y difusión del género (en toda su fascinante variedad y amplitud), también la de mantener sus esencias, que lo hacen distinto y único. Cuando se produjo la oposición, justa y razonada, del Teatro y todos sus miembros a su abosorción por parte del Teatro Real se insistía en la singularidad de nuestro género lírico. ¿Y por qué es único y singular?. Como se sabe, bajo la denominación «zarzuela» cabe un amplio repertorio y diversas formas de teatro musical. Desde el sainete, a la zarzuela grande -tanto la decimonónica como la del siglo XX-, a la zarzuela regional, pasando por la opereta, la ópera cómica y de cámara, obras que se acercan a la revista o al género frívolo o sicalíptico etc, etc… pero si algo fundamenta y confiere todo el alma al género (y lo hace diferente) es el costumbrismo, el casticismo, la expresión de las clases populares, especialmente las madrileñas. Aquí los protagonistas esenciales, con todas las excepciones puntuales que puedan encontrarse, no suelen ser los príncipes, ni los marqueses, ni condes, tampoco los reyes de lugares míticos, clásicos, ideales o imaginarios, lo son los majos, manolos, chisperos, chulapos, el proletariado urbano, los inmigrantes que llegan a la capital… o bien en las zarzuelas llamadas regionales, todo los tipos populares de las regiones y «nacionalidades» (uso el texto constitucional para que nadie se rasgue las vestiduras) que forman España.
Por eso es un género que nunca gozó de apoyo económico de las autoridades españolas (a diferencia de la ópera), excepto ya en su declive a mediados del siglo XX, y floreció por el apoyo incondicional y masivo del público. Si uno lee, tal y como consta en el libreto-programa editado por el Teatro de la Zarzuela, que Doña Francisquita había alcanzado en 1943 (20 años después de su estreno) 682 representaciones en Madrid, 896 en Barcelona y 982 en Buenos Aires se puede hacer una idea de los que es verdadero éxito popular y eso que ya estábamos en una época de decadencia del género lírico nacional.
Sin embargo, el Sr. Lluis Pasqual ha afirmado en una reciente entrevista que el costumbrismo «no se sostiene» hoy día, ni lo acepta el público de hoy, al igual que tantos profetas señeros del Eurotrash escénico operístico afirman que el romanticismo (al que pertenecen la mayoría de las óperas que montan) y sus principios fundamentales son improponibles actualmente. No oigan, no, ustedes deben entrar de lleno en ese constumbrismo y romanticismo, encauzarlo y ofrecerlo al público actual, con las adaptaciones y ajustes que consideren adecuados, pero no por la vía de eleminarlos. Se pueden aligerar los dialogos si se quiere o ver cómo se puede ajustar aquí y allá, pero ¿suprimirlos totalmente y dejar la obra irreconocible y desnaturalizada?. Si piensan que no se sostiene, pues no acepten montar esas obras. Hay más repertorio o mejor, colaboren con un compositor actual y creen algo nuevo. De todos modos, da igual, los diálogos de Katiuska no son costrumbristas y también los redujeron a la mínima expresión en la apertura de la presente temporada. Si uno se pone a pensar, casi es La tabernera del puerto de Mario Gas la última vez que el Teatro de la Zarzuela ha ofrecido una obra íntegra y sin «adaptaciones» ni «intervenciones». También el reciente Barberillo, para ser justos.
De poco sirve que Amadeo Vives afirmara que deseaba que Doña Francisquita fuera «el poema de Madrid» y que pretendía recoger en la partitura «todos sus sentimientos, toda la vida interior del pueblo madrileño, tan interesante y tan hermoso». Tampoco que el libreto se base en Lope de Vega (en este caso como con el Fénix de los ingenios no se atreven, argumentan que está muy lejanamente basado en su obra La discreta enamorada), ni que el libreto, que es bueno, digan lo que digan, lo firmaran la pareja más prestigiosa de libretistas de la zarzuela, Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw. Aunque otro debate sería qué se considera un buen libreto, habría mucho que hablar. Si alguno piensa que sólo los textos con ambición poético-filosófico-intelectual son los buenos, habría que recordar la frase de Rossini «Dadme situaciones y no poesía», con lo que alguno podría asumir, por ejemplo, que el siempre denostado libreto de Il Trovatore de Verdi no es tan malo como se suele decir y que es funcional y provee situaciones adecuadas para el inmenso instinto teatral de Verdi y para que fluya su genial partitura (eso, menos mal, no lo niegan).
En esta puesta en escena a cargo de Lluis Pasqual con adaptación del texto propia y escenografía de Alejandro Andújar, nos encontramos un acto primero, totalmente estático, ambientado en un estudio de grabación en el año 1934, el segundo en 1964 en un plató de televisión, donde se está transmitiendo la obra en directo y el tercero en una sala de ensayos en 2019. Los diálogos originales, prácticamente, desaparecen y se sustituyen por una somera narración de los hechos a cargo del actor Gonzalo de Castro (que está espléndido, justo es subrayarlo) y una constante justificación de la eliminación de los diálogos, bien porque la obra se va presentar en el extranjero donde no los entienden o bien, porque el ministro se aburre y se tiene que acostar a determinada hora, así como las protestas de los intérpretes, especialmente Doña Francisca y Don Matías, que al suprimirse los diálogos ven cercenados sus papeles en su mayor parte. Ni rastro de la estupenda y muy divertida escena de la confitería, en la que Don Matías corteja a Francisquita en lugar de a su madre como cree ella y cualquier persona cabal dada la diferencia de edad entre el padre de Fernando y la hija de Doña Francisca. Tampoco de la hilarante parte en que Cardona se disfraza de mujer en el acto segundo. Por no hablar de que la trama que urde la astuta Francisquita para cazar a Fernando y alejarlo de la Beltrana queda totalmente diluida y el argumento absurdo e incomprensible, quedando todo reducido a una especie de miscelánea con unos números musicales inconexos o una especie de segunda edición esta temporada del proyecto Zarza. Nada de poesía de Madrid, ni rastro del Madrid romántico (¡en víspera de San Isidro!), de esa juventud urbana plena de ganas de vivir. Después de la función pensaba que este mismo montaje podría valer para Carmen (que en su versión original, como opera comique que es, tiene diálogos) o para El rapto del serrallo o Fidelio. En el primer acto graban la obra, en el segundo la transmiten por TV. Zúñiga y Morales se quejarían de que les quitaran los diálogos, lo mismo Blonde y Pedrillo, así como Marzelline y Jaquino y un actor haría de deus est machina, aunque difícil que sea tan bueno como Gonzalo de Castro en este caso.
También pensé, si se han quitado los diálogos a toda una Flauta mágica de Mozart, con todo su mensaje fraternal, modelo de la ilustración, sus símbolos masónicos… qué va esperar nuestra pobre zarzuela, ¿salir indemne?. Los recitativos se hacen duros también para el público actual, se pasará de aligerarlos o cortarlos a eliminarlos en su totalidad. En el Festival de Pesaro no se quita ni una coma en las óperas de Rossini y Semiramide se pone con todos sus recitativos y sus 4 horas y pico, ¿Por qué el Teatro de la Zarzuela permite la barra libre con el género lírico nacional? Ah, es que es casposo y tiene telarañas…
Y ojo, porque tal y como está la lírica en general, no tardando mucho meterán mano a la música, porque hoy día hay fragmentos que «no se sostienen». Como el público actual (poco dado a cualquier esfuerzo, a profundizar en la cultura y en el arte, a leer y ahondar en la estética y lenguaje de cada movimiento musical, artístico y cultural) no admite el blanco y negro vamos a poner El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford o Ciudadano Kane de Orson Welles en colorines y también el Guernica de Picasso y seguro que preferirán escuchar Despacito o un concierto de Reggaeton que a Vives, Verdi, Wagner, Beethoven o Brahms.
El propio Sr. Pasqual afirma en la entrevista aludida, que Doña Francisquita es «muy intensa musicalmente, yo he querido aliviarla porque hay mucha música…». ¡Toma ya!, y lo dice alguien que ha montado Tristán e Isolda (una producción suya estimable, todo hay que decirlo, que se pudo ver en el Teatro Real). Me vino a la cabeza la escena de la cinta Amadeus de Milos Forman, cuando el emperador bosteza durante el estreno de Las bodas de Figaro y afirma que hay demasiadas notas, «sobran notas» y Mozart le interpela «¿Cuántas, majestad?».
Afortunadamente, la música de Vives se interpretó en su integridad –lo que subrayo con alegría- y en lo que no puede haber duda es sobre su inmensa inspiración, desde la primera hasta la última nota. Asimismo, en el aspecto musical y canoro la representación alcanzó un apreciable nivel.
En primer lugar, por la estupenda dirección musical del maestro Óliver Díaz. Cierto es, que en los primeros acordes la orquesta sonó estridente y descontrolada, pero Díaz, director titular del Teatro, fue galvanizándola y logró un buen acompañamiento a las voces, tensión mantenida durante toda la representación y estupendos momentos. Entre los mismos, el final del acto primero, el acompañamiento al dúo Francisquita-Fernando del segundo, así como las hermosas tímbricas que pudieron escucharse en el fabuloso quinteto del segundo acto «Fui demasiado vehemente». Igualmente estupenda la atmósfera nocturna y evocadora del comienzo del tercer acto y el acompañamiento al coro de románticos, espléndidamente interpretado por el coro titular del teatro, como culminación a su notable labor toda la noche. Magnífico también el cuerpo de baile y la coreografía de Nuria Castejón.
Las funciones de este nuevo montaje de Francisquita se dedican al maestro Alfredo Kraus en el vigésimo aniversario de su fallecimiento, (detalle muy oportuno y todo un acierto por el que hay que felicitar al teatro), cuyo busto preside el ambigú del teatro y que ha sido el intérprete referencial del papel de Fernando, uno de los más enjundiosos para tenor de nuestro género lírico. El inolvidable tenor canario participó en 1956 en las funciones de la inmortal obra de Vives con las que se reinauguró el Teatro de la Zarzuela y en 1996, con motivo de la celebración del 40 aniversario de su debut en Madrid, cantó una selección de la obra (con trajes) junto a los actos tercero y cuarto de Werther en un memorable evento, que tuve la inmensa dicha de presenciar. El material vocal del tenor jerezano Ismael Jordi resulta limitado por volumen extensión y color, el timbre es grato, pero falto de metal, de mordiente. Eso sí, Jordi es un gran fraseador, algo importantísimo, porque la voz te la otorga la naturaleza, pero el artista se demuestra en el fraseo (en su caso variado y personal) y el uso que se da a ese material recibido. Jordi cautivó al público con frases impecablemente cinceladas, en las que jugó con las intensidades del sonido, rubato, medias voces, diminuendi… Prueba de todo ello fueron el cantabile del primer acto «Gozad la primavera de vuestra vida», la romanza «Por el humo se sabe» -que provocó un alboroto en el teatro-, así como el embeleso y lirismo con el que escanció «Bella estrella de la tarde» en el quinteto aludido más arriba. Sabina Puértolas, por su parte, supo huir de la ñoñería que a veces caen intérpretes de este personaje en una Francisquita resolutiva y elegante. El timbre no termina de sonar liberado, pero su canto es refinado con un fraseo cuidado y delicado. Correcta resultó la coloratura de la canción del ruiseñor, así como los ascensos a la franja aguda hasta el Do 5.
Eso sí, sin incursiones en terreno sobreagudo, toda vez que no se fue al optativo del final de dúo. A la Beltrana de Ana Ibarra le faltó algo de desgarro en los graves y que la exuberancia que tienen algunas de sus notas también estuviera presente en su faceta interpretativa en un papel tan emblemático como éste, absolutamente «de rompe y rasga», que lo fue en su interpretación, pero faltó un punto más allá de garra, intensidad y carisma.
Discreto, falto de gracejo y salero, además de apurado vocalmente el Cardona de Vicenç Esteve. Curioso resulta para el que suscribe ver encarnar un plausible Don Matías a Santos Ariño, al que ví hace 27 años encarnar al Rey Alfonso XI de Castilla en una memorable Favorita de Donizetti en el propio Teatro de la Zarzuela junto a, nada menos, Alfredo Kraus y Shirley Verrett. María José Suárez demostró sus tablas como Doña Francisca.
Punto y aparte merece la fascinante aparición de la gran Lucero Tena, que puso el teatro bocabajo con sus inigualables castañuelas en el espléndido fandango del tercer acto muy bien tocado, asimismo, por Oliver Díaz y la orquesta. De hecho ese ambiente exitoso, caldeado y festivo, favoreció a Lluis Pasqual, que fue ovacionado en su salida, sobre todo por el público del patio de butacas, aunque se escucharon perceptibles protestas desde las localidades más altas. Lucero Tena regaló al publicó un encore a cappella. Grandísima artista.
Fotos: Javier del Real
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