Parsifal (Wagner). Bayerische Staatsoper, 31/07/2013
Quizá quien escribe estas líneas se equivoque, pero si hay alguna obra que sólo admite lecturas excepcionales y memorables, esa es Parsifal. Cada representación de este título debería aspirar a suspender la conciencia del espectador, hasta ese punto en el que el tiempo se convierte en espacio (Zum Raum wird hier die Zeit, como dice Gurnemanz)
La representación que nos ocupa suponía el adiós oficial de Kent Nagano como director musical titular de la Bayerische Staatsoper de Múnich, al que sin embargo regresará frecuentemente como director invitado. En tanto que representación de despedida no resultó todo lo redonda que cabía esperar.
Hemos escuchado varias veces a Christopher Ventris y tan sólo una, su Tannhäuser de París, nos dejó un sabor de boca inmejorable. En el resto de ocasiones, una compartida impresión se impone: un tenor cumplidor, sí, pero sin mayor virtud que esa general solvencia y seguridad. El timbre es el de un lírico pleno con algún sonido más dramático aquí y allá, suficiente para convencer en las partes wagnerianas que acomete. El problema fundamental en su caso es que artísticamente no ofrece nada personal, nada reconocible: detrás de esa voz solvente no hay otra cosa que un intérprete anónimo. Más entregado en su fraseo que el ausente Botha, eso sí, pero sin el descollante material de aquél, también es cierto. Así las cosas, Ventris no fue otra cosa que un Parsifal de perfil medio, nada memorable.
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