Por Alejandro Martínez
Barcelona 15/03/2015 Gran Teatro del Liceo. Wagner: Siegfried. Stefan Vinke (Siegfried), Albert Dohmen (Der Wanderer), Iréne Theorin (Brünnhilde), Peter Bronder (Mime), Jochen Schmeckenbecher (Alberich), Ewa Podles (Erda), Andreas Hörl (Fafner) y Cristina Toledo (Pájaro del bosque). Dirección musical: Josep Pons. Dirección de escena: Robert Carsen.
Tras las dos primeras entregas de la Tetralogía, con Das Rheingold y Die Walküre, llegaba ahora el turno de Siegfried en el Liceo. En pocas palabras, podríamos decir que las prestaciones vocales han superado netamente en esta ocasión a lo ofrecido por escena y foso. Y es que en los dos primeros actos Josep Pons dispuso una dirección tediosa y errática, muy discreta, falta de empaque y vigor, sin tensión, ramplona incluso por momentos. Muy poco familiarizado con la partitura, sin soltura y sin comodidad, Pons apenas supo mantener el pie el edificio, con una artitculación blanda, incapaz de ir más allá de una primera lectura, entre timorata y morosa, ya fuera por su entendimiento con la partitura, ya fuera por las posibilidades mismas del foso. Hasta la fecha, de la Tetralogía en curso, nos atrevemos a decir que este Siegfried ha sido el trabajo menos redondo de Pons. La temperatura de la representación subió, no obstante, de manera evidente durante el tercer acto, no sólo porque Vinke aguantó estoicamente el tirón, sino porque Dohmen, Podles y Theorin dieron lo mejor de sí mismos y sobre todo porque la música que Wagner escribiera aquí es francamente memorable. A decir verdad la orquesta titular del teatro respondió con solvencia pero sin magia, a años luz de cualquier formación alemana media que se enfrenta a este repertorio, no ya en Múnich, Viena o Berlín, sino en teatros de menos fuste. El trabajo con la formación va por el buen camino aunque todavía queda un largo camino por recorrer si aspira a ser tenida en consideración como una formación de primer nivel. Al final de la representación, ponderando el buen rendimeinto vocal y las limitaciones de foso y escena, nos quedó la sensación de que para este Caminante todavía no había un camino a la altura.
Robert Carsen firma con este Siegfried su trabajo menos afortunado de la presente Tetralogía. Y es que en escena realmente no pasa nada. El estatismo de su propuesta es tal que termina por ser un mero decorado de resonancias ambiguas. Es un trabajo tan limpo como inane. Bien sea por falta de ambición, bien sea porque no sabe muy bien cómo enfrentarse al texto de Siegfried, su trabajo flaquea y no consigue conectar de hecho con los dos entregas anteriores de la Tetralogia, al margen de que la primera escena del tercer acto se desarrolle aquí en la misma estancia, ahora desvencijada y abandonada, en la que se desarrollaba parte de la acción de Die Walküre. Quedan apenas algunos detalles más atinados de la dirección de actores, que contribuyen a sostener un espectáculo que realmente no va más allá de una lectura de una literalidad pura y dura, revestida con otros ropajes y a la postre falta de toda ambición. Por otro lado, y con todos mis respetos hacia los colegas que así lo han suscrito, no veo por ninguna parte el aliento ecologista que supuestamente preside el trabajo de Carsen y Kinmonth, por mucho que se nos presente el bosque donde Siegfried ha crecido como un paraje devastado, con restos industriales y militares aquí y allá, y por mucho que la figura del dragón Fafner se vea transmutada en la boca articulada de una gigantesca pala excavadora, ante un panorama de árboles talados. Como mucho cabe ver ahí, y con gran voluntarismo, la confrontación del hombre libre con la técnica, pero poco más.
Stefan Vinke no nos había seducido particularmente en ocasiones anteriores, como su Siegfried del Ocaso en Sevilla o su en El holandés errante de Múnich. Llegaba a esta función de nuevo en reemplazo del originalmente previsto Lance Ryan, con lo que afrontaba su tercer Siegfried en una misma semana, una gesta muy meritoria ante la que sólo cabe quitarse el sombrero. Y aunque no guardamos buen recuerdo de esas ocasiones previas citadas, al Cesar lo que es del Cesar: Vinke resuelve esta imposible parte de Siegfried con indudable facilidad, infalible y sin fatigarse un ápice durante toda la representación. Es cierto que en su retrato del papel no encontramos demasiados contrastes, ya fuera por su propia capacidad, ya fuera por lo poco estimulante que fue la conjunción de foso y escena. Y no es menos cierto que el propio personaje de Siegfried es de algún modo ya un tanto pazguato. La voz de Vinke, por cierto, es un tanto fibrosa y no precisamente bella, más bien ingrata y apoyada en demasía en sonidos nasales y guturales, continuamente.
Al margen de Vinke, del resto del reparto sólo destacaron con luz propia las voces de Albert Dohmen, Ewa Podles e Iréne Theorin. El primero, una suerte de Kelsey Grammer con voz de George London, aunque con un caudal cada vez más mermado en su volumen e impacto, hizo gala de un oficio indudable, con una autoridad y un empaque memorables. Por la nobleza y hondura de sus acentos y por su presencia escénica sigue siendo hoy Dohmen un Wotan/Wanderer magistral, traduciendo a las mil maravillas la fatiga y la derrota que van invadiendo al personaje. A su lado, la Erda de Ewa Podles tuvo todo el impacto que cabía esperar, con esa voz de ultratumba, ese acento solemne y esa presencia escénica que sobrecoge. En su breve aunque esperada y relevante intervención, la sueca Iréne Theorin como Brünnhilde hizo gala de una voz wagneriana comme il faut, resolviendo el intrincado Do final con solvencia pero sin soltura. Nos gustó sobre todo su valiente y logrado ataque en piano del “Ewig war Ich”, en un crescendo bien medido. Menos nos gustaron Peter Bronder como Mime y Jochen Schmeckenbecher como Alberich. En ambos casos la naturaleza del material vocal no permite a sus intérpretes, aunque esmerados, ir mucho más allá de la pura corrección. La española Cristina Toledo, dueña de un instrumento bellamente timbrado, hacía su debut en el Liceo estos días con la breve parte del pájaro del bosque, que resolvió con una naturalidad y corrección intachables. Muy justo y tosco, por ultimo, el Fafner de Andreas Hörl.
Por último cabe aplaudir a Christina Scheppelman, la nueva directora artística del teatro, que salió ante el público, micrófono en mano, al comenzar la representación para comunicar personalmente la sustitución de Lance Ryan por Stefan Vinke, en un gesto muy frecuente en teatros centroeuropeos pero inédito en el Liceo en tiempos de Matabosch.
Fotos: A. Bofill
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