Por Alejandro Martínez
Milán. 24/07/2015. Teatro alla Scala. Rossini: Otello. Gregory Kunde (Otello), Olga Peretyatko (Desdemona), Juan Diego Flórez (Rodrigo), Edgardo Rocha (Iago), Roberto Tagliavini (Elmiro), Annalisa Stroppa (Emilia), Nicola Pamio (Doge), Sehoon Moon (Gondoliere). Dirección musical: Muhai Tang. Dirección de escena: Jürgen Flimm.
Tras casi siglo y medio de ausencia, la última vez fue en 1870, el Otello de Rossini regresaba a la Scala de Milán en una nueva producción a cargo de Jürgen Flimm y con el protagonismo de Gregory Kunde, junto a Juan Diego Flórez y Olga Peretyatko. Ópera poco frecuente, requiere un plantel vocal exigente, con tres tenores de primera fila y una soprano muy capaz. En esta ocasión se ha contado con un equipo vocal de gran solvencia, si bien ni la dirección musical ni sobre todo la nueva producción han estado a la altura. Como decíamos, la dirección de escena corría a cargo de Jürgen Flimm, a la sazón intendente de la Staatsoper de Berlín, teatro con el que se coproducía este trabajo. El resultado oscila entre una nada decepcionante y una modesta funcionalidad, aderezada con unas cuantas ocurrencias que no llevan a ninguna parte. La sensación general es que Flimm no sabe muy bien que hacer con esta partitura, con un libreto que no termina de interesarle y ante el que reacciona con desconcierto, casi con improvisación. Es muy elocuente en este sentido todo el tercer acto, con una gran góndola que no cuadra en modo alguno con el trabajo expuesto en los dos actos precedentes y con una sucesión de recursos para la escena final que simplemente no funcionan, cuando cae todo el armazón, el montaje que sostiene la “escenografía”, como dando a entender que Otello descubre la farsa de la que ha sido presa. Demasiado rebuscado y demasiado evidente al mismo tiempo. Para ese viaje no hacían falta alforjas. Amén de una dirección de actores para olvidar nos sobraron las infinitas y ruidosas sillas, el molesto suelo de arena, regado arbitrariamente por dos figurantes, amen de esa pizarra que Emilia trae y lleva, con tres supuestos conceptos claves de la representación: “infida, errore, gelosia”. Para colmo de males se indica en el programa de mano que el trabajo de Flimm parte ni más ni menos que de una idea de Anselm Kiefer, sin que se nos concrete nada más al respecto (¿cuál es esa idea? ¿cómo la ha elaborado Flimm?). Si dos autoridades de la talla de Flimm y Kiefer sólo pueden dar lugar a una producción así, es que algo no funciona.
El caso de Gregory Kunde dejará perplejos a quienes lo rememoren dentro de unos años. Es de esos fenómenos que si no se ven y se escuchan no se creen. No es normal que un mismo tenor preste su voz al Otello de Rossini en la Scala y que una semana después vaya a cantarse el Otello de Verdi en Peralada, y ambos con idéntica solvencia y entrega, como colofón a una temporada en la que ha debutado como Manrico (Trovatore), Rodolfo (Luisa Miller), Canio (Pagliacci) y como Turiddu (Cavalleria rusticana), al tiempo que retomaba su Pollione (Norma), el Riccardo de Un ballo in maschera o el Radames (Aida) que le hará debutar el próximo agosto en la Arena de Verona. Un recorrido monumento, sólo comparable hoy en día al devenir de la trayectoria de Jonas Kaufmann, si bien éste no alterna repertorios tan dispares. En lo que hace a este Otello de Rossini, un papel que ya le escuchamos en Gante en febrero de 2014, si bien Kunde comienza la función algo más duro con las agilidades en la escena inicial (Ah! sì, per voi già sento), muestra de inmediato una enorme extensión, una emisión sorprendentemente depurada y un dominio absoluto del estilo, con las consabidas variaciones en su cabaletta posterior (Amor, dirada il nembo). El timbre se muestra a veces algo más seco y duro, por el lógico desgaste de una agenda imposible durante los dos últimos años. Lo mejor de la velada vino no sólo en la escena final sino sobre todo en los dos memorables dúos del segundo acto con Iago y Rodrigo respectivamente. Kunde desplegó ahí dosis excitantes de entrega, con sonidos verdaderamente percutientes en el agudo (ese “all´armi” que intercambió con Flórez resonó en todo el teatro con punta, brillo y campaneo). Si me permiten un juego de palabras, acudiendo al texto que cierra el primer acto en el concertante que todos entonan, y donde si bien la palabra "tenor" tiene otra acepción, me permito decir que estamos sin la menor duda ante "il barbaro tenor” de nuestros días.
Junto a Kunde, Olga Peretyatko fue una Desdemona pulcra e intachable, muy lograda intérprete en su larga escena del tercer acto, si bien a su instrumento le falta un mayor desempeño en el sobreagudo, y quizá una mayor riqueza y personalidad tímbricas. No es una intérprete dada al desmelene, resultando por instantes algo taimada en su interpretación. Tampoco la parte de esta Desdemona rossiniana es fácil de clasificar, compuesta para la Colbrán, estrenado en Milán por la Morandi, y caballo de batalla de Malibran o Pasta, entre otras. Peretyatko acaba de publicar un CD dedicado a Rossini bajo la batuta de Alberto Zedda, quien de hecho confió en ella para este papel de Desdemona hace nueve años, en 2007 en Pesaro y también allí con Kunde y Flórez. No puede negarse la familiaridad de Peretyatko con el lenguaje rossiniani, aunque le faltan leves dosis de fantasía, magnetismo y virtuosismo para ser tenida por algo más que una firme profesional.
En la parte de Rodrigo, Juan Diego Flórez navegaba en un territorio conocido, ciertamente familiar y cómodo para él. No en vano resuelve el papel de un modo verdaderamente canónico. La ortodoxia es tal que cosechó la ovación más cerrada de la noche con su escena “Ah! come mai non senti”, mostrando un sobreagudo todavía firme y una descollante riqueza armónica. Lo cierto es que cuando Flórez vuelve por sus fueros rossinianos no tiene rival. Vocalmente está además en un estado de forma y en punto de madurez en los que cabe augurarle grandes éxitos por venir, sobre todo con ese próximo Edgardo que le veremos debutar en el Liceo de Barcelona y que promete ser todo un acontecimiento. A su lado, más que cumplidor el Iago del tenor uruguayo Edgardo Rocha, con un timbre contraltino, blanco en demasía las más de las veces, pero resuelto en el sobreagudo y de emisión limpia y segura. Notable el trabajo del siempre profesional Roberto Tagliavini con la parte de Elmiro e empecable por último la mezzo Annalisa Stroppa en la pequeña parte de Emilia, con un intachable hacer llamado a mayores empeños en los próximos años.
El director chino Muhai Tang ocupaba el foso en recambio del inicialmente previsto Gardiner, sin mayor explicación al respecto del reemplazo por parte del teatro. Tang había trabajado ya sobre dos partituras rossinianas en Zúrich con Pereira, en concreto Le Comte Ory y Otello. Invitado por Karajan para dirigir a la Filarmónica de Berlín, allá por 1983, su trayectoria no ha terminado de despegar desde entonces, si bien son numerosas las colaboraciones de Tang con diversas formaciones orquestales, siendo no en vano el director artístico de la Filarmónica de Shanghai, el principal director de la Filarmónica de Belgrado y el principal director y director artístico de la Ópera y Orquesta Sinfónica de Tientsin. Por lo que hace a este Otello, tuvimos la sensación de que Tang no hacía mucho más que cubrir el expediente, con una lectura expeditiva pero falta de personalidad, a franca distancia de lo que Zedda ha mostrado que puede hacerse hoy en día con el Rossini serio.
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