Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 6/10/2016. Teatro Monumental Cinema. Temporada ORTVE. Edgar (Giacomo Puccini). Marcello Giordani (Edgar), Carmen Solís (Fidelia), Inés Moraleda (Tigrana), Josep Miguel Ramón (Frank), Carmelo Cordón (Gualtiero). Pequeños cantores de la Comunidad de Madrid. Orquesta Sinfónica y Coro de Radiotelevisión Española. Director: Miguel Ángel Gómez-Martínez. Versión concierto.
Después del buen éxito de Le villi (Milán, 1885), Giulio Ricordi volvió a reunir a Giacomo Puccini y el libretista Ferdinando Fontana para la que sería segunda ópera de su “ahijado” musical. En esta ocasión, la colaboración no produjo un resultado tan exitoso – Milán, 1889, sólo se dieron tres réplicas además del estreno frente a las trece que tuvo Le villi - y el propio autor tuvo que reformar varias veces la obra, dejando hasta cuatro versiones, siendo la última la de Buenos Aires 1905, que es la que se interpretó en el concierto que aquí se reseña. Puccini viajó a Argentina en junio de 1905 para una Stagione Pucciniana en el Teatro Colón, organizada por el diario La Prensa, en la que se representarían Manon Lescaut, La bohème, Tosca y Madama butterfly, además de una nueva versión de Edgar. Cuando el genial compositor toscano regaló una partitura de la obra a la soprano ocasional y confidente del maestro Sybil Seligman anotó “E Dio ti guardi di quest’opera”, además de llenarla de apostillas del tipo “Orror”, “E la cosa più orribile cha sia mai stata scritta”. A pesar de todo ello y que el ambiente de trabajo no fue el más adecuado, en parte por la situación personal de Puccini que convive ya con la muy celosa Elvira Bonturi -que ha abandonado a su marido - y engendran a su único hijo Antonio, junto a los constantes desencuentros con su libretista, estamos ante una composición apreciable. Con debilidades y desequilibrios, sí; con un libreto pésimo, desectructurada y llena de altibajos dramáticamente, pero con momentos de gran belleza, propios del genuino genio melódico del Maestro, además de otros que prefiguran lo que vino despúes, a lo que hay que sumar el hecho de estar ya en materia orquestal, ante un importante anticipo de quien será uno de los más grandes e inspirados orquestadores de la historia de la ópera.
Por tanto y ante todo, es preciso felicitar a la ORTVE y su titular Miguel Angel Gómez-Martínez por inaugurar esta nueva etapa con una rareza tan interesante como ésta y que al cierre de la misma temporada podamos escuchar la primera ópera del genio de Lucca, Le Villi.
Desde el primer momento, el tenor siciliano Marcello Giordani colocó su voz en el centro de la sala, demostrando que es tenor habitual de teatros grandes (más de 170 representaciones en el MET). El timbre se mantiene en asumible buen estado, especialmente en su gran arma de siempre, la zona alta. El centro está cada vez más opaco y hueco (estamos ante un tenor lírico de origen que ha ido abordando papeles cada vez más dramaticos), pero el registro agudo gana mucho brillo y expansión tímbrica, ofreciendo un buen puñado de sonidos restallantes. La expresión vibrante, el declamado altisonante, el forte constante, no penalizan tanto un papel que se encuentra muy cercano a la estética verista-naturalista. De este modo, en la magnífica aria del segundo acto “Orgia, chimera dall’occhio vitreo” emitió unos squillanti si bemoles agudos, pero no fue capaz de traducir el lirismo de buena ley del cantabile “O soave vision” a causa de un fraseo descuidado y un legato pobre. Con todo, hay que apreciar en lo que vale y más en los tiempos que corren, el tener sobre el escenario unos medios vocales, sonidos y presencia de tenor protagonista.
El papel de Fidelia –su nombre ya caracteriza el personaje - combina canto de la más pura tradición del sopranismo lírico italiano (afronta varios cantabile de gran belleza entre los que destaca “Addio mio dolce amor” del acto tercero) con pasajes de gran despliegue vocal y en los que ha de superar una orquesta densa, además de hacerse oir ante el coro y demás personajes. La soprano pacense Carmen Solís lució un material de fuste, de lírica con cuerpo, con anchura y robustez en el centro-primer agudo. A su emisión le falta un punto de morbidez, de ductilidad; a su línea de canto y fraseo - que atesoran corrección y compostura - les falta clase y fantasía; a la intérprete, temperamento, pero estamos ante una voz, no especialmente bella, pero de indudable calidad.
La demoníaca cortesana Tigrana (el nombre también lo dice todo) es el personaje que más recortes de música sufrió en las sucesivas versiones de Edgar, aunque sigue conservando una gran importancia. Voluptuosa, irreverente, diabólica, canta un magnífico cuo con el protagonista en el segundo acto que representa perfectamente la “passionalità” Pucciniana. Ante la repentina cancelación de María José Montiel, la barcelonesa Inés Moraleda salvó la papeleta. No hace falta resaltar lo difícil que es encontrar una sustituta para un papel de una ópera tan escasamente representada. Si se lo sabía ya, es insólito y si se lo ha aprendido en tan poco tiempo, tiene mucho mérito, aunque se limitara a solfear su parte con un material vocal modestísimo, corto, desguarnecido y de escasa presencia sonora, más propio de otros géneros musicales.
La habitual e impecable profesionalidad del barítono Josep Miguel Ramón personificó el papel de Franck, que cuenta con una estupenda aria en el acto primero “Questo amor, vergogna mia”.
Buena labor de un cada vez más asentado Miguél Ángel Gómez-Martínez en una dorada madurez, que hizo sonar muy bien a una estupenda orquesta de RTVE, muy equilibrada en todas sus secciones y con una cuerda descollante. Impecable la concertación y el atento acompañamiento a los cantantes, lo que no empañó algún momento de excesivo aparato. Bien el coro, incluidos los pequeños cantores de la CAM que intervinieron en el Réquiem del último acto, pieza que tocó Arturo Toscanini en el funeral de Puccini.
Foto: Facebook Orquesta y Coro RTVE
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