Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. 08-II-2018. Auditorio Nacional, Sala sinfónica. Ibermúsica. Gürzenich Orchester Köln. Benjamin Grosvenor (piano). Director musical: François-Xavier Roth. Livre pour cordes, de Pierre Boulez. Concierto para piano y orquesta n.° 2 en Si bemol mayor, de Ludwig van Beethoven. Concierto para orquesta, de Béla Bartók.
Concierto con muchos atractivos el que nos trajo anoche Ibermúsica, ya que en un ciclo que suele apostar sobre seguro, casi todo lo que nos encontrábamos era nuevo. Nueva era la presencia en el ciclo del interesante director francés François-Xavier Roth, que tan buen sabor de boca nos dejó años atrás en el Auditorio del Museo Reina Sofía junto al Ensemble Intercontemporain. Nueva era también la presencia del joven pianista inglés Benjamin Grosvenor, quien a sus 25 años, ha lanzado su carrera por todo el mundo tras el espaldarazo que le supuso su participación entre 2010 y 2012 en el Programa “New Generation Artists” de la BBC, que llevaba aparejado su debut en los PROMS y en las temporadas de las cuatro orquestas de la Radio pública británica. Hasta donde sé, era su presentación en Madrid, donde volverá en octubre al Ciclo de la Fundación Scherzo. Y no era nueva, aunque lo parecía, la presencia de la Gürzenich Orchester Köln. Han pasado más de 15 años desde sus últimas visitas a España de la mano de James Conlon, donde dejaron un gran sabor de boca, sobre todo con una interpretación de “La sirenita” de Alexander Zemlinsky que permanece en el recuerdo de todos lo que pudimos asistir.
Empezó la tarde con el Livre pour cordes de Pierre Boulez, obra que el propio autor trajo a este mismo ciclo con la O. Sinfónica de Londres, en una noche de 2004 en que el maestro francés diseccionó como pocas veces he visto la 7ª Sinfonía de Gustav Mahler. François-Xavier Roth tiene un cierto aire a Boulez. De estatura parecida, sus modos y maneras de dirigir son similares. Conoce en profundidad su obra que interpreta por todo el mundo –en Madrid estrenó en 2007 Dérive 2, su última gran partitura para orquesta– y ese conocimiento se notó ayer cuando dio una versión clara, diáfana y detallistas del Livre pour cordes, partitura árida y austera, con muchas ideas, desarrollos e infinidad de detalles que la complican.
En la segunda obra del programa, el Concierto para piano y orquesta n.° 2 de Beethoven, hubo algo más de controversia. Según se mire, podemos ver la obra como la última del clasicismo, o si la dejamos reposar algo más y nos recreamos en ella, como la primera del romanticismo. El Sr. Roth, que además de experto en música contemporánea, ha sido fundador de la orquesta Les Siècles, optó por una visión más clásica, donde el Allegro inicial tuvo mucho brío. Benjamin Grosvenor, con técnica muy depurada y sonido pulcro de bella factura se sumergió con él. La versión fue atractiva aunque excesivamente marcada, con poca fantasía. Sin embargo, ya en la cadenza, el pianista ralentizó algo el tempo, y detectamos que se sentía más cómodo, fluyendo la música de manera más natural. En el Adagio, el Sr. Grosvenor tomó las riendas y el nivel subió de inmediato. Concentrado, con la cabeza casi siempre encima del piano, sin aspavientos ni gesticulaciones innecesarias, desplegó musicalidad y poesía a partes, contagiando a orquesta y director que se fundieron con él, en toda la parte central y final –excepcional la salida de la cadenza–. En el Rondó final, el Sr. Roth apretó de nuevo el acelerador –fue más un Presto que el Allegro molto indicado– y retornamos a lo vivido en el movimiento inicial. Con tanta prisa, algunos trinos y varios arpegios se quedaron en el camino, pero en conjunto la versión fue muy buena. Tras los aplausos, el Sr. Grosvenor ofreció fuera de programa una preciosa versión, musical de principio a fin, con detalles técnicos de muchos quilates el arreglo para piano solo que Alfred Cortot hizo del Largo del Concierto BWV 1056 de, Johann Sebastian Bach.
La segunda parte estuvo dedicada a una de las obras clave del S.XX. El Concierto para orquesta, de Béla Bartók. Fue compuesto al final de su vida, ya exiliado en EE.UU. tras huir de los nazis, cuando la leucemia que acabaría con su vida empezaba a hacer acto de presencia. Con los problemas económicos típicos de una persona que había huido con lo puesto, muchos de sus amigos le encargaron obras que le ayudaron a sobrevivir con dignidad. Ésta fue encargada por Serge Koussevitzky que la estrenó en diciembre de 1944 en Boston.
François-Xavier Roth enfocó la obra desde un aspecto muy “bouleziano”. La larga y evocadora introducción fue perfilada de manera objetiva y analítica, destacando ese contrapunto a veces disonante que tiene la obra, aun a costa de perder algo de fantasía. Poco importó porque la orquesta sacó a relucir sus virtudes: un sonido germánico rotundo, con personalidad, con unas cuerdas expresivas de altos vuelos –en la Elegía fueron tan flamígeras que llegaron a sonar casi rusas–, unos metales de sonido brillante y gran presencia, y unas maderas con solistas de nivel, especialmente oboe y fagot. El Sr. Roth hizo un trabajo de orfebre remarcando las segundas líneas que tantas veces quedan tapadas por las líneas principales. Según avanzaba, la interpretación fue creciendo en intensidad. En el Giuocco delle coppie hubo humor a raudales y la preciosa Elegía fue flamígera. Los movimientos finales, pergeñados con una fuerte expresividad, terminaron de manera espectacular.
Orquesta y director respondieron a los muchos aplausos con una vibrante versión de la Danza eslava n.° 8, de Antonin Dvorák, presentada por el propio François-Xavier Roth leyendo unas notas en un castellano bastante peculiar.
Fotografía: ibermusica.es
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