Por Álvaro Menéndez Granda
Madrid. 1/10/16. Auditorio Nacional. Temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Ciclo sinfónico II, temporada 2016/17 «Locuras». Anja Schlosser, mezzosoprano; Andrew Staples, tenor; Michael Nagy, barítono; Thomas Stimmel, bajo. David Afkham, director. Orquesta y Coro Nacionales de España. Obras de Mercadante, Mendelssohn y López.
Al acudir a un concierto en el que se programa una obra de estreno se nos suele plantear una cierta diversidad de pareceres. Por una parte, un cierto recelo a encontrarnos ante uno de tantos estrenos absolutos anodinos y tediosos, que no se han concebido para arrancar el aplauso del público –postura totalmente comprensible, por otra parte, pues no debe estar el compositor condicionado por la audiencia a la hora de crear nuevo material– pero que tampoco suponen ningún avance en el arte del tratamiento orquestal, ni suponen una evolución en la técnica y el lenguaje compositivo del autor o del estilo en el que se encuadra, ni aportan –en definitiva– nada reseñable al conjunto de la literatura musical. Por otra parte, nos asalta una cierta curiosidad por averiguar si se cumplirán al fin nuestros deseos y nos encontraremos ante una obra de valor musical y artístico, capaz de resultar atractiva al público y de mantener alerta nuestros sentidos hasta el último acorde. De ser así, asistir a un estreno nos hace partícipes de un hecho irrepetible, y no podremos sino sentirnos privilegiados de haber podido compartir con el compositor ese momento.
Antes de adelantar acontecimientos, no obstante, le pedimos al lector que nos permita relatar en orden temporal lo sucedido el pasado sábado 1 de octubre en el Auditorio Nacional de Música de Madrid. Abrió la tarde la obertura de Don Chisciotte alle nozze di Gamaccio, del italiano Saverio Mercadante (1795-1870). Entendemos que en el aire cervantino del programa la inclusión de la obra está justificada, pero es una justificación muy débil para programar una partitura de tan poco acierto en un programa que, por lo demás, auguraba una velada cuanto menos digna de interés. Mercadante intenta sin éxito imbuirnos de una atmósfera española descafeinada y sin gracia protagonizada por un falso folclore –seudofolclore, como muy hábilmente apunta Pedro González Mira en las excelentes notas al programa– y por temas repetitivos y simples. La orquesta cumplió muy dignamente, intentando aportar algo de interés a la obra a través de contrastes dinámicos y marcados fraseos.
Muy distinto fue el imponente despliegue orquestal y coral que presenciamos para la dificilísima Primera noche de Walpurgis Op. 60 de Félix Mendelssohn. Tanto los maestros de la orquesta como los del coro se enfrentaron resolutivamente y con vigor a una partitura de extrema densidad armónica que evoca en ocasiones atmósferas claustrofóbicas y persecuciones vertiginosas. La actuación de los solistas fue impecable, aunque el timbre de la mezzosoprano Anja Schlosser y del tenor Andrew Staples desmereció ligeramente en comparación con el del barítono Michael Nagy y el del bajo Thomas Stimmel. No obstante, y en justicia, es necesario decir también que las partes solistas que tuvieron que afrontar estos parecían más cómodas que las de aquellos. La orquesta realizó una titánica labor en la que, una vez más, se puso un énfasis especial en la diversidad de planos sonoros, en el vigor de ejecución y en la difícil y delicada relación con la masa coral. Fue el Coro Nacional, por cierto, el que acaparó la mayor parte de las ovaciones, en justa recompensa por su excelente trabajo.
Después del intermedio se interpretó Los trabajos de Persiles y Sigismunda: sinfonía en cuatro movimientos, del compositor peruano Jimmy López (1978). Se trataba del estreno absoluto en España de dicha obra, y supuso una gran satisfacción comprobar que el público no abandonó la sala ante la perspectiva de una première de una obra de tal envergadura. No se vio defraudado en absoluto, pues fueron cuarenta y cinco minutos de una música muy bien construida, con una arrolladora fuerza rítmica que se manifestó especialmente en el tercer movimiento –en el cual fueron visibles a partes iguales el disfrute y la concentración en los maestros de la Orquesta Nacional, el primero por el marcado carácter rítmico latinoamericano del movimiento y la segunda por su extrema dificultad–. En general toda la obra es una demostración, exenta de excentricidades, de los recursos de la orquesta sinfónica; una orquesta muy nutrida, en este caso, que contaba con unos metales muy presentes, celesta y una sección de percusión que recibió una buena parte de los aplausos del público. El compositor subió al escenario entre intensos aplausos y gritos de «bravo», por lo que podría decirse sin miedo que el estreno fue un éxito.
Mención aparte merece el director David Afkham, quien sin duda realizó una excelente tarea capitaneando a los maestros de la Orquesta Nacional. Su interpretación del programa demostró atención al detalle, cuidadas sonoridades y una fuerza expresiva bien medida, sin excesos, que llenó por completo la sala sinfónica del Auditorio y supo convencer a un público que alabó merecidamente su buen hacer.
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